El encuentro que Jesús tuvo un día con una mujer samaritana en un pozo nos recuerda lo fácil que puede resultar el tema de la adoración en una conversación. Justo después de que Jesús señalara a la mujer que estaba viviendo con un hombre que no era su marido, ella trató de esquivar el tema planteando una pregunta sobre si Jerusalén es el lugar de culto.
Jesús respondió con una profunda declaración sobre la naturaleza de la verdadera adoración. Dijo que debemos adorar a Dios “en espíritu y en verdad”. Decía que la adoración debe venir de dentro, del corazón (“en espíritu”). Pero la verdad, o un correcto entendimiento de Dios, también es necesario. Las doctrinas importan.
Adorar sólo “en espíritu” puede llevar a una experiencia religiosa superficial. Lo que podría fácilmente resultar en decir una cosa y hacer lo contrario de lo que Dios nos ha prescrito.
Por otra parte, cuando las verdades doctrinales se convierten en el factor dominante de nuestro culto, podemos quedarnos rápidamente atascados en una existencia religiosa formalista y sin vida, que incluso puede ser vista como dura y desapasionada por los que nos rodean.
Por lo tanto, debemos asegurarnos de que nuestro culto contenga tanto información doctrinal correcta, como que se lleve a cabo y se practique de corazón.
