El descubrimiento de que Rahab, una humilde mujer cananea, y los gabaonitas, una tribu pagana, se convirtieron en contribuyentes vitales al éxito de Israel es un poderoso testimonio del deseo de Dios de ser “una casa de oración para todas las naciones” (Isaías 56:7). A todos se les dio, al arrepentirse, todas las bendiciones del convenio dado a Abraham.
Esto nos muestra que la intención de Dios, incluso para su pueblo elegido en ese entonces, era que fueran un faro de esperanza para todos los que los rodeaban. Por lo tanto, deberíamos estar encantados de orar no solo por nuestra propia nación, sino por el mundo entero. Muchos hoy parecen haber olvidado Juan 3:16, el versículo más querido de toda la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al MUNDO…”
Profetas y Reyes, p. 370, nos dice: “Cristo vino a demoler todo muro de separación, a abrir de par en par todos los compartimentos de los patios del templo, para que toda alma tenga libre acceso a Dios”. Por nuestra cuenta, a menudo tendemos a construir muros que nos separan, pero es nuestro plan amoroso de Dios derribarlos.
