La élite religiosa aún no había terminado con Jesús. Continuaron acosándolo con preguntas diseñadas para causarle problemas con las autoridades y/o las grandes multitudes que lo seguían. Acudieron a Él con una pregunta sobre los impuestos, que eran extremadamente crueles e impopulares en ese momento. Pero Jesús los burló al pedir una moneda y señalar que con la inscripción de César en ella, era legítimamente suya. Esa simple respuesta era lógica y completamente inesperada.
Y entonces vino una pregunta de los saduceos, que no creían en la resurrección. Describieron una situación inusual sobre siete hermanos que se habían convertido cada uno en marido de una mujer. Querían saber de quién sería esposa después de la resurrección.
Sin embargo, el dilema no pareció preocupar al Salvador. Explicó que después de la resurrección, la institución del matrimonio no sería necesaria. Serían como los ángeles en el cielo. Lo único que importaría es que estuvieran vivos nuevamente y con el Esposo Jesús, el único “matrimonio” que durará por la eternidad.