No fueron sólo los elocuentes sermones de los discípulos los que hicieron que la iglesia creciera. Sus seguidores se hicieron conocidos por vivir el evangelio, tanto como lo predicaban. Siguiendo el ejemplo de Jesús, “recorrieron toda Galilea, enseñando en las sinagogas, predicando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad… entre el pueblo” (Mateo 4:23). Este ministerio activo y solidario tocó los corazones humanos, ganando a muchos de ellos para la causa de Cristo.
La iglesia primitiva vivió el propósito de Dios, como lo declaró Jesús en Juan 10:10: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. 3 Juan 1:2 retrata este mismo sentimiento afectuoso con su deseo de que “yo oro para que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma”.
Este enfoque holístico para ayudar a la humanidad no se limitó a ayudar a sus compañeros creyentes, sino que se extendió a la comunidad en general. Tomaron muy en serio el deseo de Dios de restaurar a la humanidad a su imagen. Sabían que esto incluía la restauración de sus necesidades físicas, mentales, emocionales y espirituales.