Libro Complementario Capitulo 5 “De la independencia a la sumisión” Amos 2da Parte – Efrain Velazquez

De la independencia a la sumisión

Las tierras de América han sido escenario de actos de diploma-cia, protestas, cruentas batallas, masacres y otros acontecimien-tos históricos que marcaron la autodeterminación de las nacio-nes que emergieron en el Nuevo Mundo. La próspera colonia de Haití fue la primera en conseguir su independencia. Los haitianos inspiraron y apoyaron a uno de los más valientes caudillos latinoamericanos: Si-món Bolívar. Su indomable determinación lo impulsó a conseguir la emancipación de grandes territorios de Sudamérica. Ninguna de esas naciones que se formaron hace menos de dos siglos, las cuales han pa-gado un precio muy alto por su soberanía, considerarían seriamente regresar bajo los poderes coloniales que las administraban. Sin embar-go, esto es lo que pareciera estar sugiriendo Amos, con su mensaje con-tradictorio que invita al reino del norte (Israel) a someter su indepen-dencia a la monarquía davídicalibro-complementario. ¿Acaso fue así?
El mensaje de Amos parece traicionar lo que los israelitas habían lo-grado durante casi dos siglos de independencia. La interpretación so-bre la independencia de una nación está llena de subjetividad; “libera-ción” puede ser catalogada como “rebelión”; los “caudillos” pueden ser “terroristas” para otros. Jeroboam I libró a las tribus del norte de los opresivos impuestos a los que Salomón los había sometido. Hay que reconocer que muchas veces se nos nubla la “objetividad” cuando es-tudiamos la vida de Salomón. Seleccionamos de su vida los hechos po-sitivos, como su humilde pedido de sabiduría al comienzo de su reino y su sometimiento a la voluntad divina (1 Reyes 3:4-15). Se rememora su sabiduría proverbial que atraía a visitantes de lejanas tierras y las construcciones impresionantes que logró durante su próspero reinado (2 Crónicas 8; 9). Pero guardamos silencio sobre el costo humano de sus logros; sobre el sufrimiento de aquellos que hicieron realidad los sue-ños del monarca.
Cada vez que veo alguna estructura colosal, desde las pirámides de Egipto hasta el Partenón, no puedo dejar de pensar en las espaldas que cargaron todos los materiales para construir esos monumentos. Al pa-sar la mano por esas paredes que han permanecido en pie desde la an-tigüedad, casi me parece escuchar las voces de los que trabajaron for-zosamente, el látigo de los capataces y los gemidos de los animales de carga que eran brutalmente explotados. Mi mente se transporta a aque-llos obreros anónimos, cuyos nombres no fueron preservados en gran-des estelas o crónicas antiguas. La historia los olvidó, pero sus manos fueron las que materializaron los sueños y las obsesiones de megalo-maníacos, ególatras y visionarios monarcas del pasado.
Salomón tiene a su favor que construyó el Templo de Dios. Pero des-pués de eso, se dedicó a grandes construcciones por toda la nación. Su fascinación por la infraestructura monumental no sería igualada en un milenio, hasta los tiempos de Herodes el Grande. Restos de algunas de sus entradas reales, murallas, caballerizas, túneles y palacios han que-dado hasta nuestros días. Sin embargo, el cronista nos clarifica que Sa-lomón no hizo trabajar a israelitas como esclavos “porque eran hom-bres de guerra, oficiales, capitanes y comandantes de sus carros, y de su caballería” (2 Crónicas 8:9). Salomón hizo trabajar forzosamente a “todo el pueblo que había quedado de los heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos, que no eran de Israel” (8:7). Por otro lado, Salomón impuso una carga fiscal a los hebreos que era abrumadora, y por eso las tribus le pidieron a su sucesor, Roboam, que les concediera un alivio contributivo.
Hasta ese momento, la monarquía unida tenía el control total sobre todas las tribus hebreas, “desde Dan hasta Beerseba” (del extremo nor-te al extremo sur). Las tribus del norte estaban resentidas por los pesa-dos impuestos y esperaban que el heredero de Salomón fuese más con-descendiente. Pero la sabiduría no formaba parte del testamento de su padre y no fue heredada por el inexperto monarca. Roboam les aseguró a las tribus del norte que habría un incremento en sus contribuciones y que la carga sería más pesada (2 Crónicas 10:14). Eso fue el detonante para la revolución, y Jeroboam I logró conseguir la independencia de la Casa de David.
El llamado que hace Amós, un extranjero procedente del sur, a los israelitas del norte es como si un europeo viniera al Nuevo Mundo a in-vitarnos a estar de nuevo bajo la corona de su país. Una invitación que no tiene sentido en las monarquías europeas del siglo XXI, pero que tendría implicaciones políticas radicales. Las emociones que se desper-tarían crearían efervescencia en personas de todas las inclinaciones ideológicas. En su época, vemos a Amós predicando un mensaje que chocaba a quienes lo escuchaban. Después de casi dos siglos de inde-pendencia, los israelitas no concebían tener que volver a someterse a Je-rusalén; mucho menos en el tiempo de Jeroboam II, cuando disfrutaban de uno de los momentos de mayor prosperidad económica. “Volver” o “regresar” no eran invitaciones bien recibidas en un Israel soberano.

¿Himno de independencia o canto fúnebre?
Desde antes de que la Biblia fuese escrita, la libertad ha sido siempre celebrada con música en diferentes contextos. Los israelitas celebraron su libertad con tamboriles y cánticos después del cruce del Mar Rojo (Éxodo 15:1-21). Débora celebró la victoria de Israel sobre los cananeos cantando un himno de liberación y júbilo (Jueces 5:1-31). David compu-so varios salmos que glorificaban el nombre de Dios por sus victorias sobre los enemigos. Así, cada nación es inspirada con himnos patrióti-cos que rememoran batallas, logros o personajes relevantes. Pero no vamos a encontrar entre los hebreos una canción que exalte la vuelta a Egipto o un himno nacional para volver a ser colonia. Sin embargo, Amos hace una composición inesperada, que llama la atención de to-dos.
La música hebrea no está sujeta a las reglas métricas occidentales, hay más libertad para la improvisación y la naturalidad. Algo así como los trovadores en Latinoamérica, que lo hacen al son de cuerdas o de percusión. La cultura africana tiene ese tipo de tradiciones, en las cua-les alguien puede comenzar a contar una historia o expresar sus senti-mientos de manera improvisada, al son de algún ritmo característico. En el Antiguo Cercano Oriente (ACO), la gente se detenía en la plaza o en la puerta de la ciudad para glorificar a Dios, cantar a su amor, cele-brar acontecimientos, relatar historias al son de la música o lamentarse. Amos comienza una nueva sección de su libro con una endecha y usa la expresión “oíd esta palabra” (5:1; cf. 3:1; 4:1) para dividir esta sección literaria.
1 El profeta utiliza una métrica poética hebrea que únicamente se usa en lamentos o composiciones tristes, el quina hebreo.
La audiencia debió quedar impactada por lo dramático que era Amos al lamentarse por una jovencita que había muerto siendo todavía virgen.
Al escuchar a Amos comenzar la sentida nota luctuosa, a manera de un amargo y triste canto fúnebre, todo el mundo dejó lo que estaba ha-ciendo para averiguar de quién se trataba. El interés estaba enfocado en saber quién era la familia a la cual había sucedido esa desgracia (cf. Jue-ces 11:38). Amós los sorprende, al hacerles saber que se trata de Israel: la nación estaba siendo comparada con una joven virgen que había muerto. Él no estaba advirtiendo que fuera a morir, sino que se refería a Israel como si ya hubiese muerto (5:2).
El tono triste de este pasaje y lo llamativo del lenguaje nos hace reco-nocer que Amós no se sentía superior a su audiencia israelita. No juzga a nadie como lo hacen algunos que creen tener “voz profética” en nues-tros días. Su labor no era criticar ni condenar. Hemos de recordar que Amós ha admitido sus propios problemas en su tierra natal, el reino de Judá. Su predicación es sensible, se lamenta porque Israel yace aban-donada en el camino. La expresión que usa: “postrada quedó sobre su tierra y no hay quien la levante” (5:2) es muy significativa, pues es un eco de lo que había sido advertido en la Ley de Moisés.
Los doce profetas menores basan sus predicaciones en el pacto mo-saico, y Amós usa el lenguaje del pacto en todos los capítulos de su li-bro. 2 Solo hay que recordar a los rubenitas, gaditas, aseritas, zabuloni-tas, danitas y neftalinitas en el monte Ebal pronunciando las maldicio-nes para aquellos que no guardaran el pacto (Josué 8:33, 34; cf. Deute-ronomio 27:11-14). Leyeron con horror: “Tus cadáveres servirán de co-mida a todas las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y no habrá quien las espante” (Deuteronomio 28:26; cf. 2 Reyes 9:10; Jeremías 8:1, 2; 14:16; 16:4-6; 25:33). Amós quiere hacer entender a Israel que iban a sufrir las consecuencias de violar el pacto, al que como pueblo se ha-bían comprometido respondiendo en alta voz: “¡Amén!” (Deuterono-mio 27:11-26). Y así sería, pues Israel iba a desaparecer para siempre como entidad política después de la caída de Samaria en el año 722 a.C. Muy lejos de darles material para cantar independencia, les hace saber que la mano ha escrito sobre la pared su sentencia. Amos tiene la valen-tía de anunciar en el norte que “ciertamente, los ojos de Jehová, el Se-ñor, están contra el reino pecador” (9:8). No podemos subestimar las implicaciones de este mensaje, ya que Amós es el primer profeta en anun-ciar el fin de Israel como reino.

Final, ¿final?
La monarquía israelita estaba condenada a su extinción. Pero ¿impli-caba eso una aniquilación total de todos los israelitas? ¡No!, pues donde se asegura la destrucción de la monarquía del norte también se les re-cuerda: “Yo lo borraré de la faz de la tierra: mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová” (9:8). Amos inaugura, entre los profetas del siglo VIII a.C., uno de los temas que va a permear los mensajes di-vinos: el remanente. Los profetas de ese siglo usan cinco de las seis raí-ces léxicas hebreas traducidas como “remanente”. Amos recurre al término remanente (3:12; 4:1-3; 5:3; 6:9,10; y 9:1-4) en contextos de juicio. 3 Pero anuncia un juicio acompañado de redención, en el tipo de de-manda del pacto que usan los profetas para condenar la infidelidad de los hebreos (hebreo rib, cf. 4:12). 4
Amós les deja saber que hay esperanza para los israelitas: no serán erradicados totalmente. Aun así, les explica que la población de Israel sería literalmente diezmada durante las invasiones que tendrían que soportar (5:3). Esa es otra de las consecuencias de violar el pacto que había sido ratificado en el monte Ebal: “Y quedaréis solo unos pocos, en lugar de haber sido tan numerosos como las estrellas del cielo, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová, tu Dios” (Deuteronomio 28:62). Se supone que los israelitas estaban familiarizados con lo que les acontecería si violaban el pacto. Pero después de décadas de ser negli-gentes en repetir la Torá de forma constante, es muy probable que la mayoría ya la hubiera olvidado.
Uno puede oír el eco del monte Ebal resonando en la lejanía, advir-tiendo sobre lo que sucedería si violaban su compromiso con Yahveh. Unos setecientos años después de haberles advertido sobre las conse-cuencias de no cumplir con las estipulaciones del pacto, se iba a cum-plir la amenaza. Pero ellos no habían visto el cumplimiento definitivo de esas advertencias, que parecía que no iban a cumplirse. “Los casti-gos predichos quedaron suspendidos por un tiempo […] ese tiempo de prosperidad aparente no cambió el corazón de los impenitentes” (Profetas y reyes, cap. 23, p. 214). El mensaje de Amós parecía imposible de cumplirse; todo indicaba que la vida iba a continuar como de costumbre.
Sin embargo, pronto los ejércitos sirios invadirían los territorios del norte, y poco después los temibles neoasirios marcharían por todo Is-rael con sus hordas de terror. El sitio de Samaria sería cruel; el hambre, las enfermedades y la morbosidad de aquellos que iban a tratar de so-brevivir sería inhumano. Las advertencias de Amós se cumplirían al pie de la letra. No obstante, había esperanza para los que se arrepintie-ran. Como en el tiempo de Elías, todavía había rodillas que no se ha-bían inclinado ante Baal. Amos usa el término hebreo she’ryt (“resto”, “remanente”) cuando anuncia que podía haber un “remanente de José” (5:15). Esto lo hace repitiendo la invitación a “buscar” la salvación y subrayando la condicionalidad de la profecía clásica. 5
¿Es este el final de Israel? No, hay esperanza en el corazón de las profecías de Amós. Si leemos el libro estructural y literariamente, po-demos reconocer que el centro del libro es Amós 5:14, 15. 6 La estructu-ra quiástica del libro destaca el hecho de que habrá un remanente, de Is-rael y de Judá, que ha de ser salvo. La mención de José no se limita a los efrainitas que se hallaban bajo el dominio de las tribus del norte, sino que es una referencia tipológica a la experiencia de José registrada en Génesis. La experiencia de José es usada por el profeta como un tipo de la experiencia del remanente.
Tampoco debemos limitar la mención de Bet-el, Gilgal y Beerseba puramente al contexto histórico de que esos lugares eran centros de culto alternativos o en competencia con Jerusalén. Es cierto que Jero-boam I había establecido un templo yahvista en Bet-el, donde tenía uno de los becerros de oro. Gilgal fue usado como centro de adoración des-de tiempos de la conquista (Josué 4:20), y no hay por qué pensar que fue abandonado. Beerseba era un lugar activo de adoración durante el tiempo de la monarquía de Judá, como lo demuestra un altar de cuatro cuernos con piedras labradas (en vez de rústicas, como requiere la ley levítica) que se ha encontrado. 7 Pero su alusión aquí puede deberse a que Abraham estableció un lugar de culto en Beerseba en el segundo milenio (Génesis 21:33). Amós no está pidiendo que se sometan a Jeru-salén como centro de adoración, como lo haría Isaías unas décadas más tarde. El profeta menciona esos lugares para evocar las experiencias de los patriarcas y del pueblo hebreo cuando estaba unido como una sola nación. Así que, Amós no señala un final total, sino un retorno al ideal del pacto para un solo pueblo, que se había establecido en Bet-el (ver Génesis 12 y 28). 8
Amós les hace un llamado a todos, con la energía de un imperativo, a “buscar” (hebreo darash). La invitación es tanto para Israel como para Judá, evocando las narrativas patriarcales en los personajes de Isaac, Jacob y José. Primero lo hace de forma general en Amós 5:4 y 6, pero después concreta más y les hace saber que deben buscar “el bien y no el mal” (5:14), para poder vivir. El profeta les quiere hacer saber que cual-quier demostración externa de religiosidad sin un cambio de conducta y una vida justa es inútil. A aquellos que han trastocado su sistema de valores, llamando a lo bueno malo y a lo malo bueno, Dios los invita a buscarlo a él y someterse.

A quién hay que someterse
Amos no es un emisario político del sur que quiere imponer un sis-tema colonial sobre las tribus norteñas. El profeta está invitando tanto al norte como al sur a buscar a Yahveh para que cambie sus corazones. Por eso, deja bien claro: “No destruiré del todo la casa de Jacob” (9:8). El remanente de todos ellos (Israel y Judá) será un pueblo caracterizado por actos de justicia. Después de rechazar el formalismo religioso, Yah-veh les pide que “corra el juicio como las aguas y la justicia como arro-yo impetuoso” (5:24). Pero ese cambio interior solo lo puede hacer Dios, no está en nuestras manos.
Elena de White nos recuerda: “Toda verdadera obediencia proviene del corazón. La de Cristo procedía del corazón”. Los seres humanos somos incapaces de una verdadera obediencia. Dar el paso de buscar a Dios es posible, únicamente, cuando el Espíritu Santo obra en nuestras vidas. Ella añade: “Si nosotros consentimos, se identificará de tal mane-ra con nuestros pensamientos y fines, amoldará de tal manera nuestro corazón y mente en conformidad con su voluntad, que cuando le obe-dezcamos estaremos tan solo ejecutando nuestros propios impulsos” (El Deseado de todas las gentes, cap. 73, p. 621). La única forma de ser ca-paz de distinguir entre lo bueno y lo malo es que Dios obre en nuestras vidas, porque no es algo natural. Él es capaz de amoldar nuestros pen-samientos hasta tal punto que obedezcamos de forma natural.
La cita aludida debería ser recordada por todos aquellos que quieren experimentar un verdadero reavivamiento y reforma en su vida. Y con-tinúa: “La voluntad, refinada y santificada, hallará su más alto deleite en servirle. Cuando conozcamos a Dios como es nuestro privilegio co-nocerlo, nuestra vida será una vida de continua obediencia. Si aprecia-mos el carácter de Cristo y tenemos comunión con Dios, el pecado llegará a sernos odioso” (Ibíd.). Se acabó nuestra independencia, hacer lo que yo quiero. Ahora estamos sometidos al Rey de reyes y Señor de se-ñores, que controla nuestras vidas.
Esa experiencia es la del remanente que ha quedado después de la purificación que han experimentado por medio de tantas dificultades. El libro comienza aludiendo a un terremoto y Amós 9:9 puede ser leído en ese contexto, como lo estudiamos en el capítulo anterior. Pero el “sa-cudir” de las naciones tiene también connotaciones agrícolas, pues así se separaba el grano bueno de la paja en el zarandeo. Si entendemos que la misión de Amos está enfocada en un Reino que trasciende los in-tereses geopolíticos de la Tierra, miraremos más allá de Israel o de Ju-dá. Cuando Yahveh asegura que “en aquel día yo levantaré el taber-náculo caído de David: cerraré sus portillos, levantaré sus ruinas y lo edificaré como en el tiempo pasado” (9:11), no se está refiriendo a los monarcas del sur. Este no es un mensaje de imposición política sobre los que ya estaban “libres”. Tampoco se trata de la mano de redactores posteriores que tratan de añadirle palabras al profeta para seguir una agenda política promonarquía de los daviditas. La monarquía nunca fue una idea de Dios; sino una desviación del plan divino, que era una teocracia dirigida por él mismo.
Una vez establecida la monarquía, Dios se señala a sí mismo como el gran Soberano. Aun cuando se le hace la promesa a David sobre su “descendiente”, Yahveh se está refiriendo al Mesías prometido, trans-cendiendo al próximo rey. La promesa fue: “Y cuando tus días se ha-yan cumplido y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará una casa para mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino” (2 Samuel 7:12, 13). Esta es una profecía mesiánica que se habría de cumplir finalmente en Jesús, aunque de forma inmediata se iba a cumplir en Salomón. David y Salomón son tipos de Cristo, cuyo reino no iba a ser terrenal sino espiritual. El mismo remanente se con-vierte en un tipo de Jesús, que “es el remante por excelencia”. 9 Como él se sometió al Padre, nosotros nos sometemos a Dios (Filipenses 2:5-13) y perdemos nuestra autodependencia.
Si nos hemos sometido al Rey del universo, entramos a formar parte de una extensa familia que abarca toda la tierra. Hay quienes fallan en reconocer las dimensiones del evangelio según los profetas, que no son exclusivistas o puramente centrípetos en cuanto a su misión. Amos provee evidencias de que el remanente bíblico va más allá de las fronteras nacionales. Amos reconoce que hay un remanente de Edom y en “aquellos sobre los cuales es invocado mi nombre” (9:12). Esa declara-ción tuvo que llenar de gozo a aquellos que se sentían excluidos; y pro-bablemente no fue bien recibida por aquellos que creían que tenían to-do asegurado por tener su ácido desoxirribonucleico en común con Abraham. Ese tipo de declaración inclusiva es únicamente igualada por Malaquías cuando declara: “Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia. Grande es mi nombre entre las naciones, dice Jehová de los ejércitos” (1:11).
Todas las naciones se someten al Rey, el gran Soberano, que “no vino a buscar lo suyo”. Santiago, el hermano de Jesús, reconoce las im-plicaciones de la profecía de Amós y su cumplimiento tipológico cuan-do se dirige a los primeros cristianos en el Concilio de Jerusalén. San-tiago cita a Amós 9:11-15 y la restauración del tabernáculo de David para incluir a los gentiles en la iglesia cristiana (Hechos 15:13-18). El hermano de Jesús, que antes había estado en contra de su ministerio, ahora reconocía la universalidad de la obra de Cristo. “Santiago tam-bién dio testimonio con decisión, declarando que era el propósito de Dios conceder a los gentiles los mismos privilegios y bendiciones que se habían otorgado a los judíos” (Los hechos de los apóstoles, cap. 19, p. 158). En la iglesia, el nuevo Israel, no debía haber espacio para naciona-lismos, prejuicios, distinciones ni privilegios étnicos. Nosotros somos herederos de esa profecía, y con la misma seguridad que se apropió Santiago de esta, debe hacerlo todo cristiano de toda “nación, tribu, lengua y pueblo”.

Referencias
1 No se deben introducir interpretaciones ajenas al contexto de Amós. Yahveh condena: “Aborrecí, desprecié vuestras solemnidades […] no los recibiré, ni miraré las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos” (5:2 1-24). No se debe usar para favorecer instrumentos occidentales sobre los nativos. Se debe hacer un estudio serio de los ins-trumentos usados en el culto hebreo antes de llegar a conclusiones erróneas. Un estu-dio serio y equilibrado es el de Lillianne Doukhan, In Tune with God (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2010).
2 Las conclusiones sobre este témalas pude sacar de leer directamente el libro, pero Ganoune Diop ha hecho un estudio más profundo que llega a conclusiones similares. Ver “The Remnant Concept as Defined by Amos”; Journal of the Adventist Theological Society 7/2 (Otoño 1996), p. 68. Ver el trabajo de Gerhard Hasel The Remnant: The History and Theology of the Remnant Idea from Genesis to Isaiah (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 1972).
3 Diop, pp. 67, 70.
4 Para más información sobre este tipo de demanda del pacto, ver a George Ramsey “Amos 4:12 A New Perspective”, en Journal of Biblical Literature vol. 89 nº 2 (junio 1970), pp. 187-191.
5 Las diferencias entre la profecía “clásica” y “apocalíptica” se analizan en el capítulo 9.
6 Notado por Francis Andersen y David Noel Freedman en Amos (Nueva York: Dou-bleday, 1989), p. 53.
7 Ver Yohanan Aharoni, “The Horned Altar of Beer-sheba” en The Biblical Archaeologist vol. 37, nº l (marzo de 1974), pp. 2-6.
8 Su interés no es burlarse de esos lugares que habían sido importantes en la experien-cia hebrea. Aun cuando juega con las palabras usando paronomasia, y a Bet-el (literal-mente “casa de Dios”) lo llama Bet-aven (“casa de idolatría o desilusión”, cf. Ose. 4:1 5).
9 Diop, p. 78.

Radio Adventista
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