RESEÑA
Texto clave:
Efesios 2:4, 5 Enfoque del estudio: Efesios 2:1-10; 5:14; Romanos 5:17; Efesios 5:6; 1 Timoteo 1:7.
Introducción:
Mientras que Pablo, en Efesios 1, hace hincapié en el plan general de salvación de Dios en Cristo a nivel universal, en el capítulo 2 el apóstol explica con más detalle la forma en que Dios interviene en nuestra salvación a nivel individual. Cuando los seres humanos abandonaron el Jardín del Edén, entraron en una condición que Pablo llama “muertos en sus delitos y pecados” (Efe. 2:1). En esta condición, la humanidad está muerta en sus pecados en el sentido de estar controlada por fuerzas internas (tendencias pecaminosas) y por fuerzas externas (el diablo y el mundo). Los seres humanos en esta condición no pueden esperar tener una vida con Dios, porque son “hijos de ira” (Efe. 2:3). La única esperanza para nosotros es resucitar, ascender y ser exaltados con Cristo (Efe. 2:6, 7).
Pero no podemos resucitar, ascender y exaltarnos a nosotros mismos. Por esta razón, Pablo enfatiza que somos salvos “por gracia” (Efe 2:5, 8). Es totalmente por obra, iniciativa, amor, misericordia y poder de Dios (Efe. 2:4). Para Pablo, esta obra es el fundamento del evangelio. Sin embargo, inmediatamente Pablo se apresura a agregar que somos salvos “por la fe” (Efe. 2:8). Si bien nuestra salvación es puramente obra de Dios, Dios no nos salva en contra de nuestra voluntad. Los que se salven no ascenderán al Cielo ni serán exaltados a los lugares celestiales por un acto divino de predestinación. La salvación de Dios se concreta en nosotros cuando ejercemos fe, es decir, cuando aceptamos y recibimos la salvación de Dios, al permitir que el poder de Dios nos resucite, exalte nuestra vida y nos capacite para vivir en Cristo Jesús.
Temática de la lección:
La lección de esta semana enfatiza tres temas principales que se encuentran en Efesios 2:1 al 10 y describen el proceso dinámico de la salvación personal:
¿Qué significa estar muertos en pecado? ¿Cuál es la naturaleza de la vida pecaminosa?
¿Qué significa resucitar con Cristo a una nueva vida en él?
¿Qué significa ser salvo por gracia mediante la fe?
COMENTARIO
Lo que escribió Elena de White sobre los conceptos de muertos en pecado y salvación por gracia
En el capítulo 2 de su libro El camino a Cristo, Elena de White explica la condición humana caída. Ella señala que “después de su [de Adán] pecado ya no pudo encontrar gozo en la santidad, y procuró ocultarse de la presencia de Dios. Y tal es aún la condición del corazón no renovado. No está en armonía con Dios ni encuentra gozo en la comunión con él. El pecador no podría ser feliz en la presencia de Dios […]. El Cielo sería para él un lugar de tortura; ansiaría ocultarse de la presencia del Ser que es su luz y el centro de su gozo. No es un decreto arbitrario por parte de Dios el que excluye del Cielo a los malvados; ellos mismos se han cerrado la puerta por causa de su propia ineptitud para esa compañía. La gloria de Dios sería para ellos un fuego consumidor” (Elena de White, El camino a Cristo, pp. 14, 15).
Luego insiste: “Es imposible que escapemos por nosotros mismos del abismo de pecado en que estamos hundidos. Nuestro corazón es malo y no lo podemos cambiar. […] La educación, la cultura, el ejercicio de la voluntad, el esfuerzo huma- no, todos tienen su propia esfera, pero para esto no tienen ningún poder. Pueden producir una corrección externa del comportamiento, pero no pueden cambiar el corazón; no pueden purificar las fuentes de la vida. Debe haber un poder que obre desde el interior, una vida nueva de lo alto, antes que los hombres puedan ser cambiados del pecado a la santidad. Ese poder es Cristo. Solo su gracia puede vivificar las facultades muertas del alma y atraerlas a Dios, a la santidad” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 15).
Muertos en pecados y resucitados por y en Cristo
La expresión de Pablo “muertos en sus delitos y pecados” (Efe. 2:1) destaca tres aspectos principales de la condición humana caída.
En primer lugar, “muertos en sus delitos y pecados” apunta a una muerte literal. El pecado es esencialmente la antítesis de Dios y de la vida. Estar en pecado es negar a Dios y a la vida. Pablo enfatiza que “la paga del pecado es la muerte” (Rom. 6:23). Estar en pecado y permanecer en pecado conduce a la muerte. Esta muerte no se refiere solo al cuerpo; el ser humano que participa y elige permanecer en el pecado estará muerto en su totalidad, en todos los aspectos, sin que ningún elemento le sobreviva.
En segundo lugar, “muertos en sus delitos y pecados” es una condición espiritual y moral. Para los seres humanos, estar “muertos en sus delitos y pecados” no significa que no puedan percibir el amor, la justicia o el llamado de Dios, o que no puedan reconocer su propio estado decadente. El problema surge cuando perciben el llamado de la gracia de Dios, pero piensan que todo les va bien y que estarán mejor si siguen su propio camino, bajo la pretensión de que pueden cambiar por sí solos y arreglar el mundo por su cuenta (Isa. 5:21; Rom. 1:21-23; ver también Gén. 11:1-5). Sin embargo, este pensamiento deformado los hunde más profundamente en el lodo del pecado (Rom. 1:24-32).
En su carta a los Efesios, Pablo ilustra esta condición perdida con la figura retó- rica de andar en “la corriente de este mundo” (Efe. 2:2), satisfaciendo los anhelos, las lujurias, los deseos y los pensamientos de la carne ( Efe. 2:3). Al hacerlo, los no regenerados llegan al punto en que “a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo” y “hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz” (Isa. 5:20). Este estado equivale no solo a confusión moral sino también a rebelión moral contra Dios.
En tercer lugar, y por consiguiente, “muertos en sus delitos y pecados” indica que somos totalmente incapaces de vencer la atracción gravitatoria del “agujero negro” del pecado. Esta incapacidad se debe a que el pecado se ha convertido en una fuerza controladora omnipresente en nuestro ser, y llega a ser “otra ley, que lucha” en nosotros y contra nosotros (Rom. 7:23). Nuestra misma naturaleza se vio afectada, se enfermó de manera irremediable, al punto de convertirse en un “cuerpo de muerte” (Rom. 7:24).
Por esta misma razón, Pablo nota que solo una “resurrección” puede salvar- nos de estar “muertos en pecados” (Efe. 2:5, 6). Nuestra muerte en el pecado y por el pecado es definitiva e irreversible. No tenemos en nosotros ningún poder esencial para volver a vivir. Solo Dios, que nos creó, puede volver a crearnos o resucitarnos. Para Pablo, la resurrección no es una “simple” regeneración de nuestros tejidos biológicos para que vivamos varias décadas más en la misma condición pecaminosa. La noción paulina de resurrección es una escapatoria total del poder dañino del mundo y del dominio del pecado. La creencia de Pablo en la resurrección constituye otro tipo (o calidad) de vida: la vida eterna (Rom. 6:23). Este poder único de regeneración se manifestó en la resurrección de Cristo de entre los muertos (Efe. 1:20), y luego lo recibimos nosotros en el sentido de que Dios nos invitó a compartir la resurrección de Cristo y a participar en ella mediante el Espíritu (Efe. 2:5, 6).
En su Epístola a los Romanos, Pablo explica que, debido a que el pecado es una fuerza tan penetrante en nosotros, es inevitable que muramos. Pero por la gracia de Dios, no necesitamos morir en el pecado, sino al pecado. Cristo murió en nuestro lugar por nuestro pecado. Ahora, morimos en Cristo, pero morimos con Cristo al pecado (Rom. 6:2-4). A continuación Pablo concluye que, “así como hemos sido unidos con él en una muerte semejante a la suya, seremos unidos también con él en su resurrección; sabiendo que nuestro viejo hombre fue crucificado junto con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no seamos más esclavos del pecado. Porque el que ha muerto queda libre del pecado” (Rom. 6:5-7).
Por gracia mediante la fe
Cuando Pablo dice que somos salvos “por gracia […] por la fe” (Efe. 2:8), no dice que somos salvos solo por gracia o solo por la fe. Ambos siempre obran juntos en la salvación. Sin embargo, funcionan en un orden secuencial que es esencial. En el evangelio, no es la fe la que genera la gracia. La fe no es una energía interior nuestra que nos da vida y poder, que nos eleva a Dios, que cambia el carácter de Dios hacia nosotros, o que genera salvación. Para Pablo, la fe surge, o nace, y actúa en nosotros cuando Dios nos ofrece su gracia (Rom. 10:17). La gracia genera fe. La fe es la recepción de la gracia de Dios que se manifiesta en nosotros.
Esta percepción tiene al menos dos implicaciones importantes. En primer lugar, la fe no es ni puede ser meritoria. De hecho, también la fe es un don de Dios, porque Dios nos ofreció a todos la posibilidad de recibir su gracia. Tanto la gracia como la fe son dones de Dios (Efe. 2:8). Por esta razón, Pablo enfatiza que nuestras obras no cumplen ningún papel en el desarrollo de nuestra salvación (Efe. 2:9). En lugar de eso, nosotros, como seres humanos salvos, somos “hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Efe. 2:10). Estas buenas obras, por lo tanto, no son nuestras; no las genera el genio ni el poder de nuestra fe; “Dios de antemano [las] preparó para que anduviésemos en ellas” (Efe. 2:10).
En segundo lugar, Pablo une la justificación con la santificación en una relación inextricable. Mientras que la justificación significa que estamos revestidos de la justicia de Cristo, la santificación significa que estamos revestidos con el manto de las buenas obras de Cristo y andamos en él.
En tercer lugar, la gracia y la fe son el fundamento de la unidad de la iglesia, que es uno de los temas centrales de la teología paulina de la iglesia. La iglesia está unida por la misma experiencia de recibir la revelación divina de la gracia y por la misma experiencia de aceptarla y abrazarla en la fe: “una fe” (Efesios 4:5). En esta experiencia, todos los miembros de la iglesia son iguales. La iglesia no es una sociedad de varios niveles en la que algunos miembros son mejores cristianos porque recibieron más gracia o tienen más fe. Toda la iglesia se cimienta y se une en la misma gracia y en la misma aceptación de esa gracia mediante la fe.
APLICACIÓN A LA VIDA
Si bien para algunos el Dios cristiano es una divinidad punitiva y vengativa, muchos contemporáneos simplemente no pueden asociar a un Dios amoroso y misericordioso con la ira, el juicio y la condenación. En Efesios 2:3, Pablo describe a los pecadores como “hijos de ira”, lo que significa que, si permanecen en esa condición, recibirán la ira o la condenación de Dios dirigida contra el pecado (Rom. 1:18). Invita a los miembros de la clase a reflexionar sobre maneras de explicar la ira de Dios a los siguientes grupos de personas: (1) sus hijos, (2) sus vecinos no adventistas y (3) sus colegas seculares y ateos.
Pide a los miembros de la clase que recuerden su experiencia de ser vivificados con Cristo y en Cristo. ¿Cómo describirían esta experiencia a sus amigos y a los miembros de su comunidad? ¿Cómo pueden mantener fresca esa experiencia en su vida cristiana?
Existen adventistas del séptimo día que crecieron en lo que llamaríamos un ambiente cristiano aislado o “puro”, en el que no estuvieron expuestos a muchas de las tentaciones de una vida más secular o mundana, pero que todavía están muertos en sus pecados y no han experimentado el nuevo nacimiento. ¿De qué forma los miembros de tu clase podrían ayudar a estos hermanos adventistas a vivenciar en plenitud el hecho de que Dios “nos dio vida junto con Cristo” (Efe. 2:5)? Es decir, ¿cómo pueden los alumnos animar a estos adventistas a nacer de nuevo sin tener que pasar primero por toda la miseria de una vida pecaminosa?
Li.do