EL SÁBADO ENSEÑARÉ
Temática de la lección:
La lección de esta semana destaca dos temas principales:
1. Como resultado de su rechazo de Cristo, Judá perdió oficialmente, como entidad política, su condición de nación favorecida como pueblo especial de Dios y sufrió la horrible experiencia de la destrucción de Jerusalén.
2. Dios estableció a su pueblo, el remanente de Israel; integró en él a judíos y a gentiles, y lo salvó de los desastres que sobrevinieron a Jerusalén en 70 d.C. Dios guio a su iglesia en su misión de proclamar el evangelio de Jesucristo, y de llamar a gente de todas las naciones a recibir las buenas nuevas y a unirse a su nuevo pueblo.
COMENTARIO
Algunos datos acerca de Jerusalén
La caída de Jerusalén puede delinearse por los siguientes detalles históricos:
1. Jerusalén fue destruida durante la Primera Guerra Judía (66-73 d.C.), que estalló cuando Gesio Floro, el recientemente nombrado procurador romano de Judea, tomó una gran cantidad de dinero del tesoro del Templo de Jerusalén.
2. Los dos principales generales romanos enviados para sofocar la revuelta fueron Vespasiano y su hijo Tito. Ambos se convirtieron más tarde en emperadores.
3. El asedio de Jerusalén comenzó de lleno en 70 d.C. Durante la mayor parte del asedio, los defensores de la ciudad se dividieron en facciones y lucharon entre sí, uniéndose solo para rechazar los inminentes ataques de los romanos.
4. Jerusalén estaba protegida por tres murallas. Las dos primeras cayeron ante los romanos en abril de 70 d.C., y la tercera fue derribada varios meses después, el 30 de agosto. El Templo fue quemado ese mismo día.
5. Según el historiador judío Josefo, más de un millón de personas murieron durante el asedio de Jerusalén, y unas cien mil fueron llevadas cautivas. Jerusalén y el Templo fueron destruidos. Con el botín que los romanos obtuvieron, se financió la construcción del Coliseo, uno de los monumentos más visitados de Roma.
6. Sin Jerusalén y su Templo, el judaísmo sufrió profundos cambios. El centro de la religión judía pasó del Templo y los sacrificios, a la Ley. Los saduceos (la casta sacerdotal) perdieron la mayor parte de su poder, y el judaísmo se enfocó en los rabinos.
La caída de Jerusalén
No es coincidencia que Elena de White comience El conflicto de los siglos con un capítulo dedicado a la destrucción de Jerusalén. Ella comprendió que este trágico acontecimiento de la nación judía era fundamental para el Gran Conflicto y para la identidad y la misión de la iglesia. ¿En qué sentido? Para responder esta pregunta, primeramente tenemos que entender por qué cayó Jerusalén.
Desde el punto de vista de la historia secular, Jerusalén y el segundo Templo fueron destruidos porque los judíos se rebelaron contra el Imperio Romano, y fueron aplastados sin piedad por el poderío de esta superpotencia. En los siglos transcurridos desde la caída de Jerusalén, algunos estudiosos del judaísmo interpretaron la destrucción de Jerusalén como una medida disciplinaria de Dios luego de que los judíos transgredieran Ley de Dios y se volvieran inmorales; otros creyeron que los judíos eran demasiado díscolos y estaban divididos. Sin embargo, la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, ofrece una explicación diferente para la destrucción del Templo.
Sí, la rebelión, la corrupción moral y social, las luchas internas y la división fueron sin duda factores importantes que condujeron a la caída de Jerusalén y a la destrucción del Templo. Pero la situación que causó esa tragedia fue más profunda que estos factores en sí. Varios aspectos importantes, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, nos ayudarán a comprender la razón principal de la desaparición del Templo: el rechazo de Cristo y del pacto de Dios por parte de los dirigentes de Israel.
El Templo original
En primer lugar, el Templo original de Israel, construido por Salomón, fue destruido por los babilonios en 586 a.C. La destrucción ocurrió aproximadamente cien años después de que los israelitas del norte cayeran en apostasía y fueran conquistados por los asirios. La causa de la desaparición de Israel y la destrucción del Templo de Salomón por parte de las fuerzas babilónicas no consistió meramente en la falta de unidad o en la decadencia moral de los hebreos. Israel, el país del norte, desapareció porque rechazó el pacto de Dios y corrió tras otros dioses (1 Rey. 12:26-33; 2 Rey. 17:7-23). Sin embargo, aunque Judá tuvo reyes malvados y períodos de idolatría que aumentaron en frecuencia e intensidad con el paso del tiempo, no tenía una política nacional oficial permanente de sustituir la religión de Dios por el paganismo. Por esta razón, Dios permitió la destrucción del Templo y el exilio temporal de su pueblo, como estrategia de renovación nacional.
El segundo Templo
Por otra parte, los romanos destruyeron el segundo Templo en 70 d.C., unos 35 años después de que Jesús predijera los dos acontecimientos siguientes: (1) Dios quitaría el reino a Judá y se lo daría a otra nación (Mat. 21:43); (2) la casa de Judá (el Templo) quedaría “desolada” y completamente destruida (Mat. 23:38; 24:1, 2). ¿La razón de este doble juicio? Los dirigentes de Judá no solo fracasaron en producir el fruto del Reino de Dios (Mat. 21:43), sino además se negaron a permanecer bajo la jurisdicción y el cobijo de las alas de Dios (Mat. 23:37). En 31 d.C., los dirigentes tomaron una decisión oficial, consciente y deliberada: rechazaron el pacto de Dios, su salvación y a su Mesías (Mat. 26:1-3, 14-16, 57-68; 27:15-25; Juan 19:1-15). Como resultado, Dios permitió que el Templo terrenal fuera destruido.
La gracia de Dios
En tercer lugar, Dios concedió a Israel y a Judá toda la gracia necesaria para la redención y la restauración antes de permitirles sufrir el castigo por quebrantar su pacto. Desde la época de Moisés hasta la destrucción del segundo Templo, un lapso de más de mil quinientos años, Judá experimentó el amor inalterable de Dios. A pesar de sus fracasos, Dios los invitaba a permanecer bajo su pacto y ser transformados por su gracia y su poder. Incluso cuando los líderes judíos finalmente decidieron rechazar a Cristo, Dios les dio más de 35 años antes de ejecutar el castigo. Durante este período de prueba, Pedro (Hech. 2-4), Esteban (Hech. 7) y Pablo (Rom. 9-11) les rogaron que aceptaran a Jesús como el Mesías y que participaran del nuevo pacto de Dios. Pero, en lugar de hacer caso a estos llamados, los líderes decidieron rechazar a Cristo y lanzaron una dura persecución contra los cristianos, que culminó con el asesinato de Esteban en 34 d.C. Sin embargo, incluso luego de rechazar a Judá como su nación representativa, Dios continuó llamando a judíos individuales a entrar en su nuevo pacto y a ser salvos en su Reino.
Por consiguiente, la caída de Jerusalén ilustra el trato de Dios con los pecadores en el Gran Conflicto y, por este motivo, es fundamental para entender la identidad y la misión de la iglesia. Además, nos ayuda a comprender la paradoja del juicio: es decir, cómo la misericordia divina puede extenderse a los pecadores y al mismo tiempo satisfacer las exigencias de la justicia divina. Por un lado, Dios está lleno de amor, compasión y paciencia, y suplica a los pecadores que vuelvan a su Reino. Dios no quiere que los pecadores sufran la segunda muerte (Eze. 33:11). Por otra parte, Dios es justo y recto, por lo que no puede tolerar el mal en su presencia. No obstante, respetará la decisión final de quienes deseen seguir su propio camino, y abandonen el pacto, la protección y la fuente de vida de Dios. Aun así, Dios dio advertencias suficientes a los pecadores de que morirán si rechazan la protección de su Reino y las misericordias de su pacto. Fuera del pacto de Dios no hay gozo ni vida, por la sencilla razón de que ningún ser creado tiene vida que no provenga ni derive de él.
El Plan de Salvación
En cuarto lugar, a pesar de los contratiempos causados por la traición al pacto, Dios continuó con su plan de salvación y sus intervenciones para resolver el Gran Conflicto. Dios prometió que Jesús, quien era el Descendiente de Eva (Gén. 3:15), de Abraham (Gén. 12:2, 3, 7; Gál. 3:16, 29) y de David (2 Sam. 7:12-15; Mar. 12:35-37), traería salvación a la humanidad, liberándola del dominio del diablo, y restauraría el Reino de Dios en la Tierra. Al mismo tiempo, Dios prometió que Jesús, el verdadero Cordero de Dios y el que cumpliría los tipos del Santuario terrenal (Juan 1:29; 2:19-22), salvaría a la humanidad de la culpa y el poder del pecado. Aunque la historia de la humanidad a veces puede parecer sin dirección y librada a los caprichos y las artimañas del diablo y de la naturaleza humana, las Escrituras muestran un claro progreso del plan de Dios y de su promesa de salvación.
Tipos y antitipos
En quinto lugar, el Santuario terrenal y el sistema de sacrificios eran solo antitipos del sacrificio y el ministerio venideros de Jesús. Cuando el primer Templo fue destruido y Judá se lamentó por su gloria pasada, Dios les dijo que la verdadera gloria aún estaba por venir, y se manifestaría en aquel a quien el Santuario señalaba (Esd. 3:12; Hag. 2:9; Mat. 23:16-22). Por eso, cuando el segundo Templo fue destruido, los cristianos no perdieron la esperanza. Al contrario, comprendieron que el Santuario terrenal cumplió su misión de señalar a Jesús, su sacrificio y su ministerio de salvación en el verdadero Santuario celestial. El tipo se encontró con el antitipo; el símbolo, con la realidad. Tras la encarnación, el ministerio, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús, el Gran Conflicto se focalizó ahora en el Santuario celestial. La Epístola a los Hebreos analiza ampliamente el significado de estos cambios. Así, Mateo 24 y la destrucción del segundo Templo, la Epístola a los Hebreos y su focalización en el Santuario celestial son extremadamente importantes para la interpretación adventista del Gran Conflicto y para toda la teología adventista en general.
Fue precisamente esta compleja interpretación de la destrucción del Templo lo que también inspiró la comprensión de la identidad y la misión de la iglesia. Luego de la destrucción del Templo, los cristianos apostólicos cambiaron su orientación del Templo al Santuario celestial. Superaron el miedo a la persecución y a la muerte, porque experimentaron el perdón de los pecados en el sacrificio de Cristo en la Cruz y miraban con fe al ministerio de Cristo a la diestra de Dios, en el Cielo. Sabían que eran el pueblo de Dios, el Nuevo Israel, llamado a proclamar su maravillosa salvación a toda la humanidad atrapada bajo el poder del pecado y la muerte. Compartían su amor ayudando a la gente que los rodeaba con los medios de que disponían. Y dirigían la atención de los demás hacia el fin del Gran Conflicto, hacia el fin del sufrimiento y la muerte, cuando el Señor Jesucristo regrese a la Tierra y derrote para siempre al diablo y al pecado.
APLICACIÓN A LA VIDA
¿Qué piensa la gente de tu cultura acerca del amor y la justicia? ¿Todavía tiene esperanza de que llegue un momento en que toda la sociedad humana se caracterice por el amor y la rectitud? ¿Por qué? ¿Cómo podrías explicarle que no puede haber amor y justicia verdaderos y duraderos separados de Jesús o sin que el Espíritu Santo otorgue estas cualidades a los seres humanos y nos ayude a cultivarlas?
1. Analiza tus actividades misioneras personales. ¿Entiendes claramente lo que significan las palabras de Jesús “el evangelio del Reino”? ¿Cómo puedes experimentarlo en tu vida? ¿Cómo pueden tú y tu iglesia compartir este evangelio con audiencias pequeñas y grandes a su alrededor?
RESEÑA
Texto clave: Juan 12:35.
Enfoque del estudio: Apocalipsis 12:7-9; Juan 8:44; Proverbios 23:23; 4:18; Juan 12:35; Salmo 119:30; Hechos 20:27-32; 2 Tesalonicenses 2:7-12; Juan 8:32