Lección 2 Edición Adultos: – Amor pactual – Para el 11 de enero de 2025, (1er Trimestre)

Sábado, Enero 04

Amor pactual

Lee para el estudio de esta semana

2 Pedro 3: 9; Deuteronomio 7: 6-9; Romanos 11: 22; 1 Juan 4: 7-20; Juan 15: 12; 1 Juan 3: 16.

Para memorizar
«Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada con él”» (Juan 14: 23).

Se ha enseñado a muchos que la palabra griega agapē se refiere al amor exclusivamente divino, y que otros términos, también traducidos como amor –tal el caso de filia (del verbo fileō)–, designan sentimientos menos sublimes que agapē. Algunos afirman también que agapē se refiere a un amor unilateral, el de alguien que ama pero nunca recibe amor, un amor totalmente independiente de la respuesta humana.

Sin embargo, un estudio cuidadoso del amor divino a lo largo de la Escritura muestra que estas ideas, aunque comunes, son erróneas. En primer lugar, el término griego agapē se refiere no solo al amor de Dios, sino también al amor humano, incluso a veces al amor humano mal dirigido (por ejemplo, en 2 Tim. 4: 10). En segundo lugar, a lo largo de la Escritura, muchos términos distintos de agapē se refieren al amor de Dios. Por ejemplo, Jesús enseñó que «el mismo Padre los ama [fileō_], porque ustedes me han amado [_fileō_]» (Juan 16: 27, RVC). Aquí, el término griego _fileō se utiliza no solo para referirse al amor humano, sino también al amor de Dios por los seres humanos. Por tanto, fileō no debe interpretarse como un amor inferior, sino como una expresión auténtica del amor divino.

Las Escrituras también enseñan que el amor de Dios no es unilateral, sino profundamente relacional, en el sentido de que para Dios supone una profunda diferencia que los seres humanos reflejen o no su amor por él y por los demás.

 

Domingo, Enero 05

El amor eterno de Dios

Las Escrituras son claras: Dios ama a todos. El versículo más famoso de las Escrituras, Juan 3: 16, proclama esta verdad: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna».

Lee Salmos 33: 5 y 145: 9. ¿Qué enseñan estos versículos acerca de la extensión o alcance del amor, la compasión y la misericordia de Dios?

Algunas personas pueden pensar que no son dignas de ser amadas o que Dios puede amar a todos los demás menos a ellas. Sin embargo, la Biblia proclama sistemáticamente que Dios ama a todas las personas. No hay nadie a quien él no ame. Y, puesto que Dios ama a todos, también quiere que todos se salven.

Lee 2 Pedro 3: 9; 1 Timoteo 2: 4; y Ezequiel 33: 11. ¿Qué enseñan estos textos acerca del amor de Dios y de su deseo de salvar a todos?

El versículo posterior a Juan 3: 16 añade: «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3: 17). Si dependiera solo de Dios, todos los seres humanos aceptarían su amor y se salvarían. Sin embargo, el Señor no impone su amor a nadie. Las personas son libres de aceptarlo o rechazarlo.

Y, aunque algunos lo rechacen, Dios nunca deja de amarlos. En Jeremías 31: 3, él proclama a su pueblo: «Con amor eterno te he amado; por eso, te prolongué mi misericordia». En otras partes, la Biblia enseña repetidamente que el amor de Dios es eterno (ver, por ejemplo, Salmo 136). El amor de Dios nunca se agota. Es eterno. Esto nos resulta difícil de entender pues a menudo nos cuesta amar a los demás, ¿verdad?

Sin embargo, si como individuos pudiéramos aprender a experimentar la realidad de ese amor; es decir, conocer por nosotros mismos el amor de Dios, ¡cuán diferente sería nuestra vida y nuestro trato hacia los demás!

Si Dios ama a todas las personas, eso significa que también ama a aquellas que consideramos despreciables (y que abundan por todas partes). ¿Qué nos enseña el amor de Dios hacia estas personas sobre cómo deberíamos relacionarnos con ellas?

 

Lunes, Enero 06

Amor pactual

La Biblia describe a menudo la especial relación de amor de Dios con nosotros utilizando metáforas familiares o de parentesco, en particular metáforas del amor entre marido y mujer o de una madre buena por su hijo. Estas metáforas se utilizan sobre todo para describir la relación especial entre Dios y el pueblo con el que estableció su pacto. Se trata de una relación de amor pactual, que implica no solo el amor de Dios por su pueblo, sino también la expectativa de que el pueblo acepte ese amor, y ame a Dios y a los demás.

Lee Deuteronomio 7: 6 al 9. ¿Qué nos enseñan estos versículos sobre la relación entre los pactos que hace Dios y su constante amor?

Deuteronomio 7: 9 describe el tipo especial de amor que Dios prodiga al pueblo con el que entró en una relación de pacto, una relación que depende en parte de si permanecen fieles o no. El amor de Dios no es condicional, pero la relación de pacto con su pueblo sí lo es.

La palabra traducida como «misericordia» en Deuteronomio 7: 9 (hesed) por sí misma refleja cómo el amor divino está ligado al pacto y mucho más. El término hesed se utiliza a menudo para describir la grandeza de la misericordia, la bondad y el amor de Dios. Entre otras cosas, hesed se refiere a la bondad amorosa o amor leal por otra persona dentro de una relación de amor recíproco. También implica el inicio de una relación de este tipo con la expectativa de que la otra parte muestre esa misma bondad y amor a cambio.

El hesed de Dios muestra que su bondad es extremadamente fiable, constante y duradera. Sin embargo, al mismo tiempo, la recepción de los beneficios del hesed es condicional, ya que depende de la disposición de su pueblo a obedecer y sostener su parte de la relación (ver 2 Sam. 22: 26, 1 Rey. 8: 23; 2 Crón. 6: 14; Sal. 25: 10; 32: 10).

El amor inquebrantable de Dios es la base de todas las relaciones amorosas, es un amor que nosotros nunca podríamos igualar. Dios no solo nos concedió por iniciativa propia la existencia, sino que también en Cristo se entregó voluntariamente por nosotros: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15: 13). Sin duda, la mayor expresión del amor de Dios se reveló cuando el Señor «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Fil. 2: 8).

¿De qué manera puedes mantener constantemente presente en tus pensamientos la realidad del amor de Dios? ¿Por qué es importante hacerlo?

 

Martes, Enero 07

Una relación condicional

Dios llama e invita a cada persona a una relación íntima de amor con él (ver Mat. 22: 1-14). Responder adecuadamente a esa invitación implica obedecer el mandato divino de amar a Dios y a los demás (ver Mat. 22: 37-39). Disfrutar de los beneficios de esta relación con Dios depende de si uno decide libremente aceptar o rechazar su amor.

Lee Oseas 9: 15; Jeremías 16: 5; Romanos 11: 22; y Judas 21. ¿Qué enseñan estos textos acerca de si los beneficios del amor de Dios pueden ser rechazados o incluso perdidos?

En estos y otros textos, el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación de amor con Dios se describe repetidamente como condicionado a la respuesta humana a ese amor. Sin embargo, no debemos cometer el error de pensar que Dios deja de amar a alguien. Como hemos visto, el amor de Dios es eterno. Y, aunque en Oseas 9: 15 Dios dice de su pueblo: «No los amaré más», es importante recordar que más adelante, en el mismo libro, Dios declara acerca de su pueblo: «Los amaré de pura gracia» (Ose. 14: 4). Oseas 9: 15 no puede significar que Dios deja por completo de amar a su pueblo. Debe referirse, en cambio, a la condicionalidad de algún aspecto o beneficio particular de una relación de amor con Dios. Además, la forma en que respondemos a su amor es crucial para que esta relación continúe.

«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14: 21). Del mismo modo, Jesús proclama a sus discípulos: «El Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que yo salí de Dios» (Juan 16: 27, RVC).

Estos y otros textos enseñan que el hecho de disfrutar de los beneficios de una relación salvífica con Dios depende de que aceptemos su amor (lo que también implica estar dispuestos a compartir ese amor con los demás). Una vez más, esto no significa que el amor de Dios deje de existir. Pero, así como no podemos impedir que el sol brille, pero podemos aislarnos de sus rayos, no podemos hacer nada para detener el amor eterno de Dios, pero podemos rechazar finalmente una relación con Dios y, por tanto, aislarnos de lo que nos ofrece; especialmente, de la vida eterna.

¿De qué maneras pueden las personas ver y experimentar la realidad del amor de Dios, independientemente de que correspondan a ese amor o no? Por ejemplo, ¿cómo revela su amor el mundo natural, incluso después del pecado?

 

Miércoles, Enero 08

Misericordia perdida

El amor de Dios es eterno e inmerecido. Sin embargo, los seres humanos pueden rechazarlo. Tenemos la oportunidad de aceptar o rechazar ese amor, pero solo porque Dios nos ama por iniciativa propia con su amor perfecto y eterno antes de cualquier cosa que hagamos (Jer. 31: 3). Nuestro amor a Dios es una respuesta a lo que ya se nos ha dado incluso antes de que lo pidiéramos.

Lee 1 Juan 4: 7 al 20, con especial atención a los versículos 7 y 19. ¿Qué nos dice esto acerca de la iniciativa divina de amarnos?

El amor de Dios siempre ocurre primero. Si Dios no nos amara en primer lugar, nosotros no podríamos amarlo. Aunque Dios nos creó con la capacidad de amar y ser amados, Dios mismo es el fundamento y la fuente de todo amor. Sin embargo, nosotros podemos elegir aceptar su amor y reflejarlo en nuestra vida. Esta verdad se ejemplifica en la parábola de Cristo acerca del siervo que no estaba dispuesto a perdonar (ver Mat. 18: 23-35).

En esa parábola, vemos que no había forma de que el siervo pudiera devolver lo que debía a su amo: 10.000 talentos. Un talento equivalía a unos 6.000 denarios. Y un denario era lo que se pagaba a un jornalero por un día de trabajo (Mat. 20: 2). Por lo tanto, a un trabajador promedio le llevaría 6.000 días de trabajo ganar un talento. Supongamos que, después de contabilizar los días de descanso, un obrero promedio trabajara 300 días al año y, por lo tanto, ganara 300 denarios en un año. En ese caso, ese trabajador tardaría aproximadamente veinte años en pagar un talento, que consistía en 6.000 denarios (6.000 dividido por 300 = 20). Para ganar 10.000 talentos, un trabajador tal tendría que trabajar 200.000 años. En resumen, el siervo nunca podría pagar esa suma. Sin embargo, el amo sintió compasión por su siervo y le perdonó su enorme deuda.

No obstante, cuando este siervo se negó a perdonar la deuda mucho menor (100 denarios) de uno de sus compañeros de servicio e hizo que lo encarcelaran por ella, el amo se llenó de ira y anuló su misericordioso perdón. El siervo perdió el amor y el perdón de su señor. Aunque la compasión y la misericordia de Dios nunca se agotan, uno puede finalmente rechazar o incluso renunciar a los beneficios de la compasión y la misericordia divinas.

Piensa en lo que se te ha perdonado y en el hecho de que fuiste perdonado gratuitamente por Jesús. ¿Qué debería decirte esto acerca de perdonar a los demás?

 

Jueves, Enero 09

Has recibido gratis, da gratis

Así como el siervo de la parábola no podía pagar su deuda a su amo, nosotros nunca podríamos compensar a Dios por la nuestra. Nunca podríamos ganar o merecer el amor de Dios. «Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5: 8). ¡Qué amor tan asombroso! Como dice 1 Juan 3: 1: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios».

Sin embargo, lo que podemos y debemos hacer es reflejar el amor de Dios a los demás tanto como nos sea posible. Si hemos recibido tanta compasión y perdón, ¿cuánto más deberíamos otorgar compasión y perdón a los demás? Recordemos que el siervo perdió la compasión y el perdón de su amo porque no se los concedió a su consiervo. Si realmente amamos a Dios, no dejaremos de reflejar su amor a los demás.

Lee Juan 15: 12; 1 Juan 3: 16; y 1 Juan 4: 7 al 12. ¿Qué enseñan estos pasajes acerca del amor de Dios y de la relación entre su amor, nuestro amor a él y el amor a los demás?

Inmediatamente después de Juan 15: 12, Jesús dijo a sus discípulos: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Juan 15: 14, RVC). ¿Qué les ordenó Jesús (al igual que a nosotros)? Entre otras cosas, que amaran a los demás como él los amaba. Aquí y en otros lugares, el Señor nos ordena amar a Dios y amarnos mutuamente.

En resumen, debemos reconocer que se nos ha perdonado una deuda infinita e impagable para nosotros, una deuda que fue cancelada en la Cruz en favor de nosotros. Por tanto, debemos amar a Dios, alabarlo y ser amorosos y misericordiosos con los demás. Como enseña Lucas 7: 47, mucho ama aquel a quien mucho se le ha perdonado, pero «a quien se le perdona poco, poco ama». ¿Quién de nosotros no es consciente de cuánto se le ha perdonado?

Si amar a Dios implica amar a los demás, debemos compartir con urgencia el mensaje del amor de Dios, tanto de palabra como por obra. Deberíamos ayudar a las personas en su vida cotidiana aquí y ahora, tratar de ser un instrumento del amor de Dios y dirigir la atención de los demás hacia aquel que les ofrece la vida eterna en un Cielo y una Tierra nuevos, una nueva creación de este mundo que está tan estropeado y devastado por el pecado y la muerte, los frutos lúgubres de rechazar el amor de Dios.

¿Qué pasos concretos puedes dar para amar a Dios amando a los demás? ¿Qué podrías hacer hoy y en los próximos días para mostrar a las personas el amor de Dios e invitarlas a disfrutar de lo que significa aceptar la promesa de la vida eterna?

 

Viernes, Enero 10

Para estudiar y meditar

Lee el capítulo titulado «¿Podemos comunicarnos con Dios?» en las páginas 137 a 155 del libro El camino a Cristo, de Elena G. de White.

«Presenta a Dios tus necesidades, tristezas, gozos, preocupaciones y temores. No puedes incomodarlo ni agobiarlo. El que tiene contados los cabellos de tu cabeza no es indiferente a las necesidades de sus hijos. “Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso” (Sant. 5: 11). Su amoroso corazón se conmueve por nuestras tristezas, incluso cuando las presentamos delante de él. Llévale todo lo que confunde. No hay nada que sea tan pesado que él no lo pueda soportar, pues sostiene los mundos y rige todos los asuntos del universo. Nada que de alguna manera afecte nuestra paz es tan pequeño que él no lo note. No hay en nuestra experiencia ningún episodio tan oscuro que él no lo pue da leer, ni perplejidad tan grande que no la pue da solventar. Ninguna calamidad puede ocurrirle al más pequeño de sus hijos, ninguna ansiedad puede asaltar el alma, ningún gozo alegrarlo, ninguna oración sincera escaparse de los labios, sin que el Padre celestial lo perciba y sin que tome en ello un interés inmediato. Él “restaura a los abatidos y cubre con vendas sus heridas” (Sal. 147: 3). Las relaciones entre Dios y cada alma son tan especiales y únicas como si no hubiera habido otra alma de la que ocuparse ni por la cual entregar a su Hijo amado» (El camino a Cristo, pp. 148-149).

Preguntas para dialogar:

Reflexiona en la frase anterior: «Las relaciones entre Dios y cada alma son tan especiales y únicas como si no hubiera habido otra alma de la que ocuparse ni por la cual entregar a su Hijo amado». ¿Qué consuelo te brinda esto, y cómo deberías vivir al saber cuán cerca está Dios de ti y cuánto te cuida? ¿Cómo puedes aprender a vivir en armonía con la realidad de esa maravillosa promesa? Imagina que la creyeras de verdad cada día.

¿Cómo entiendes Salmo 103: 17 y 18 a la luz de la lección de esta semana? ¿Qué revela ese texto sobre la eternidad del amor de Dios y, sin embargo, del hecho de que los beneficios de una relación con él dependen de si aceptamos su amor?

¿De qué manera influye el hecho de conocer esto en tu relación con Dios? ¿Cómo influye en tu forma de ver las dificultades de los demás?

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