Geográficamente, los hebreos estaban en una situación difícil. Siguiendo la nube durante el día, Dios los había guiado a las orillas del Mar Rojo (literalmente “el mar de juncos”). Había montañas a ambos lados, con el ejército del faraón persiguiéndolos por detrás.
La parte más ancha del Mar Rojo, que habría sido de unas 190 millas, probablemente no fue el escenario de este evento. Se cree que sucedió en algún lugar en el extremo norte del Golfo de Suez, parte del Mar Rojo, donde el ancho podría haber sido de solo seis millas o diez kilómetros. Esto aún habría requerido un evento milagroso. Y no se decepcionaron de cómo el Señor los salvó del furioso ejército de aurigas que Faraón había reclutado.
Este acto divino de Dios es un recordatorio para nosotros del estado de pecado desesperado en el que nos encontramos y de la liberación que ha sido ordenada para salvarnos. Las cosas también parecían sombrías y desesperadas para los seguidores de Jesús, cuando fue llevado a su ejecución. Había enemigos por todos lados. Pero una resurrección milagrosa pronto restauraría su fe y daría a toda la humanidad libertad de su cruel esclavitud del pecado. El Éxodo, por lo tanto, fue un presagio de lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz.
