Finalmente, Faraón cedió y permitió que los hebreos fueran a adorar a Dios, como se le había ordenado originalmente. El horrible castigo de la décima plaga que cayó sobre su nación, incluida su propia casa, realmente no le dio al orgulloso gobernante otra opción que finalmente cumplir con las demandas de Dios.
La pérdida de sus valiosos hijos primogénitos había llevado al rey incluso a pedir una bendición para sí mismo al poderoso Dios que había permitido este terrible juicio (Éxodo 12:32). Como nos muestra el resto de la historia, la petición del rey no parecía provenir de ninguna verdadera sumisión al Dios de Moisés. Parecía ser su único recurso para detener la destrucción de su tierra y su gente.
Incluso los egipcios estaban ansiosos por que los hebreos abandonaran Gosén, antes de que les sobrevinieran consecuencias más dolorosas (Éxodo 12:33). Con gusto se separaron de artículos de oro, plata y ropa, también, para acelerar su partida. Dios había instruido a los israelitas para que pidieran tales artículos, ya que en realidad eran parte del salario que se les debía por sus largos años de servidumbre. Esta asombrosa liberación claramente no fue solo un acto de juicio, sino evidencia de la justicia y misericordia de Dios para todos los oprimidos.