El cruce del río Jordán en tierra seca tenía un doble propósito. Mostró a los israelitas que Dios estaba con ellos en todo lo que les esperaba en Canaán, y por lo tanto era un gran edificador de fe para su pueblo. Pero también fue una de las muchas oportunidades que se les dieron a las tribus cananeas durante cientos de años para ver el poder de Dios y adorar al Señor, en lugar de a sus deidades paganas.
A Josué, como líder del pequeño y mal equipado ejército hebreo, se le dieron más razones para creer que Dios estaba a cargo. Cuando estaban cerca de Jericó, una ciudad altamente fortificada, alguien que se describía a sí mismo como el “Comandante del ejército del Señor” apareció ante él (Josué 5:13-15). Esta imponente figura guerrera, blandiendo una espada, pronto fue reconocida por Josué como alguien igual a Dios, porque Josué inmediatamente se inclinó en una postura de humildad y adoración ante Él.
Esta manifestación bienvenida de la presencia de Dios no era para verificar si Dios estaba del lado de Josué. Eso era bastante evidente. La verdadera pregunta puede haber sido verificar que Josué estaba del lado del Señor. A Josué se le dio otra oportunidad de declarar su compromiso de seguir las instrucciones de Dios.
