Apocalipsis 14:6, nuestro tema de estudio esta semana, contiene una directiva que no se puede desestimar fácilmente. Debemos predicar el evangelio a toda nación, en otras palabras, a todo el mundo. Esta evangelización mundial, que siempre ha sido importante, evidentemente será más prevalente en los últimos días.
Jesús reconoció la importancia del alcance mundial cuando dio sus últimas órdenes de marcha a sus discípulos. Lo que hemos llegado a conocer como la “Gran Comisión” se encuentra en Mateo 28:19, 20. Lo que más tranquiliza a quienes se comprometen a predicar el Evangelio, ya sea de palabra o de obra, es que Jesús promete estar con nosotros durante todo el tiempo que lo hagamos, hasta el final de nuestra historia.
Cada uno de nosotros tiene una necesidad psicológica. Es la necesidad de formar parte de algo más grande que nosotros mismos. El pecado tiene la tendencia a encoger nuestras vidas hasta el punto de que somos la única persona que parece importar. Sin embargo, hay un gran beneficio en llegar a los demás, y no hay mejor manera de lograrlo que señalar a los demás la esperanza y la alegría que se encuentran en el mensaje del Evangelio.
Esta predicación del Evangelio es la tarea más importante que se le ha encomendado a la Iglesia de Dios, especialmente en estas últimas horas antes de su regreso.
Al igual que los judíos que recitan fielmente la oración del Shema, debemos seguir llevando nuestra misión de presentar la verdad por todo el mundo. Los primeros pioneros adventistas de la fe en Estados Unidos se tomaron muy en serio este mandato. Si la iglesia adventista de hoy fuera un pueblo de 100 personas, 89 de ellas serían de África, Asia e Inter y Sudamérica -lugares escogidos para la obra misionera en el extranjero poco después de que se formara la iglesia.
Su éxito de tener una iglesia mundial es evidencia de su celo misionero, pero todavía tenemos una gran tarea por delante con poblaciones en aumento que todavía necesitan oír la verdad del evangelio de la pronta venida de Cristo. Hoy hay presencia adventista en 210 de los 235 países del mundo reconocidos por las Naciones Unidas. Pero estos son sólo números.
Todavía hay muchas almas que nunca han oído nuestro mensaje. Debemos continuar, con la guía del Espíritu Santo, adaptando nuestros métodos, reorientando nuestras prioridades y utilizando sabiamente nuestros recursos, a fin de llegar a los millones de personas que necesitan desesperadamente esperanza en nuestros tiempos difíciles.