Escuela Sabática Texas USA Lección 12: El profeta sin descanso – Sábado 18 de Septiembre de 2021

Dios tuvo una experiencia inusual para Jonás después de ser arrojado al mar tormentoso. Dios envió un gran pez para que se lo tragara. Uno sólo puede imaginar el cambio de ambiente que debió ocurrirle a Jonás. En un momento fue zarandeado por las aguas embravecidas, y al siguiente estaba dentro de las cálidas y tranquilas aguas de una criatura marina del tamaño de una ballena.

Durante tres días estuvo extrañamente suspendido y atrapado en este miserable e incómodo entorno. Allí tuvo mucho tiempo para pensar en sus recientes acciones, que habían provocado su actual situación. Estos pensamientos lo llevaron a una ferviente oración, registrada en el segundo capítulo de Jonás.

Jonás fue bendecido con una nueva perspectiva dentro de la ballena y fue sincero al alabar a Dios por ello. Al igual que los marineros que lo habían arrojado por la borda, hizo un voto a Dios, Aquel que había mostrado misericordia a su descarriado profeta. Inmediatamente después de la oración, Jonás escribió sobre su escape cuando el pez lo vomitó a tierra firme.

Esta historia parece imposible, pero ha habido incidentes en los que los humanos han sobrevivido a ataques como éste. Aunque se mencionan tres días y tres noches, en el cómputo de tiempo hebreo eso puede haber sido sólo parte de un día, luego el segundo día y parte de un tercer día. Estas horas reducidas hacen aún más probable que se trate de una historia real.

Jonás había dado a la ciudad de Nínive un mensaje que debió provocar escalofríos a todos los que lo escucharon. La ciudad estaba tan extendida que Jonás habría tardado tres días en recorrerla (Jonás 3:3). Pero el primer día hubo una respuesta positiva por parte del rey. El rey se sintió tan sobrecogido cuando escuchó que serían destruidos en cuarenta días que se cubrió de tela de saco y se sentó en cenizas, un signo de profunda humildad y remordimiento. Entonces declaró que todos debían ayunar igualmente y apelar al Dios de Jonás por su seguridad. Y así lo hicieron.

Cuando nos arrepentimos, Dios se arrepiente (Jonás 3:10). El número cuarenta se utiliza en toda la Escritura para indicar el tiempo necesario para preparar algo. Dios les estaba dando tiempo suficiente para que se arrepintieran de sus malos caminos y se prepararan para ser salvados. Jonás tenía todos los motivos para alegrarse de que su predicación hubiera sido un éxito total.

Son pocas las ocasiones en las que podemos anunciar que una misión está cumplida. Pero cuando toda Nínive respondió colectivamente a la predicación de Jonás, no podemos dejar de alegrarnos de que haya sido verdad para Jonás. Nos ayuda a comprender que el propósito de Dios no era destruirlos, sino salvarlos. ¿Y no es esa la misión de Dios para todos los que confían en Él y le obedecen incluso hoy?

Radio Adventista
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