Una de las tareas más alegres de un profesor es prepararse para el próximo año escolar. Con anticipación, uno arregla y decora el salón de clases, establece el curso de estudio que seguirán los estudiantes, y esboza las reglas y expectativas que guiarán su comportamiento y aprendizaje. Un maestro sabio sabe que mientras menos reglas haya, más probable es que se cumplan.
El Creador debe haber experimentado esta misma alegría cuando plantó el Jardín del Edén para nuestros primeros padres. Les dio tareas para hacer que aseguraran su educación continua. También les reveló la única restricción que tendrían mientras estuvieran bajo su guía.
No deben comer el fruto de un árbol prohibido. Las consecuencias de hacerlo fueron claramente establecidas. Si elegían comer de él, morirían. ¿Qué podría ser más simple?
Conocemos el resultado de la desafortunada elección de Adán y Eva. Eligieron no confiar en Dios, sino que escucharon los astutos engaños de Satanás, hablando a través de una serpiente.
Cuando Eva se alejó de Adán y se encontró cerca del árbol prohibido, Satanás no perdió ni un minuto en plantar en su mente algunos pensamientos retorcidos sobre el carácter de Dios.