Capítulo 5 | Cristo y el Sábado | Libro Complementario | Roberto Badenas

Cristo y el sábado

Libro complementarioCuando Jesús desarrolló su ministerio el sábado ocupaba un lugar privilegiado en la vivencia espiritual de Israel. No había ninguna otra institución en las demás religiones de su entorno que tuviera una relevancia semejante en la vida privada y pública de la comunidad. A diferencia de las mitologías paganas, que justifican de diversos modos la elección de un lugar santo un monte, un bosque, una fuente… para erigir un santuario, lo primero que las Escrituras de Israel designan con el apelativo de «santo» no es una montaña, ni un templo, ni un altar, ni un objeto exis-tente en el espacio. La primera vez que la palabra «santo» aparece en la Biblia es para designar un día: «Bendijo Dios el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación» (Géne-sis 2:3). Un día es también lo único que el Decálogo prescribe santificar: «Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó» (Éxodo 20:8).

Un templo en el tiempo
En la memoria viva de Israel, la santidad del sábado, séptimo día de la semana, perdura porque fue consagrada por Dios mismo como la de un templo en el tiempo 1 desde el principio de la historia sobre esta tierra (Gé-nesis 2:2, 3). Dios tiene importantes motivos para dar prioridad a la santidad del tiempo sobre la del espacio. El tiempo —trama de la vida— nos confronta de un modo inmediato al absoluto. La civilización proclama la
indiscutible victoria del hombre sobre el espacio. Pero el tiempo permanece inexpugnable en cualquier cultura y en cualquier circunstancia. Podemos vencer las distancias, pero no podemos rectificar el pasado, retener el pre-sente o sondear el futuro. El espacio puede ser transformado a nuestro an-tojo. Pero el tiempo —a la vez tan inmediato y tan inasequible— escapa a nuestro dominio. Controlamos más o menos los lugares de los que nos adueñamos, pero el tiempo nos vence. Ocupamos el espacio, pero solo atravesamos el tiempo. Casi cualquier objeto del espacio puede convertirse en blanco de nuestra posesión. Pero el tiempo no se deja apresar. Jamás podremos dominarlo. Su realidad permanece fuera de nuestro alcance. Co-mo Dios. Por naturaleza el tiempo participa de la eternidad y por ende tiene algo de sagrado. 2
Por eso, el medio más eficaz a nuestro alcance para adorar a Dios y con-sagrarnos a él es reservarle tiempo. Porque dedicar un momento de nuestra existencia a un encuentro especial con el Creador, equivale a ofrecerle —aunque sea temporalmente— todo nuestro ser. De ahí que la ley divina estructure el ritmo de la vida sobre el principio de la gestión responsable del tiempo, en momentos reservados al trabajo o al reposo, a los quehace-res comunes o a la celebración, de acuerdo a una serie de ciclos temporales: el día, la semana, el mes, la estación, el año, el año sabático y el jubileo.
La tradición bíblica, perfectamente viva en tiempos de Jesús, reserva dos momentos cada día por lo menos para la oración, de modo que, incluso estando sumergidos cotidianamente en nuestro devenir temporal, acceda-mos, aunque solo sea fugaz y temporalmente, a la esfera de lo eterno. 3 La repetición tarde y mañana del sacrificio perpetuo, prescrita en el ritual del santuario, e inscrita en la alternancia incesante entre el día y la noche, re-cuerda con particular intensidad ese deseo de permanencia (tamid quiere decir «siempre, continuo»), evocado también mediante la lámpara que bri-lla constantemente en el lugar santo. 4 Estos atisbos de eternidad se presen-tan como un anticipo de la victoria sobre la temporalidad, al final de los tiempos (Zacarías 14:7; Apocalipsis 21:26).
Se podría definir el calendario ritual israelita como una «arquitectura en el tiempo». 5 Todas las celebraciones tienen su momento oportuno, dedica-do al único Señor del tiempo, y se inscriben en una perspectiva temporal. La trayectoria espiritual de Israel parte del recuerdo del día en que fue libe-rado de Egipto, y su esperanza está orientada hacia el día final, a la venida del Mesías.

Las normas que regulan la utilización del tiempo se basan en el princi-pio de que la gestión de la vida, tanto en su dimensión material como es-piritual, no se resuelve en la improvisación desordenada, a merced de las circunstancias y los humores del momento, sino a imitación de Dios, en la previsión inteligente, la regularidad y el orden. Los seres humanos no po-demos dominar el tiempo, pero tenemos que administrarlo. De ahí nuestra necesidad de aprender a disfrutar, e incluso a «redimir», el limitado tiempo del que disponemos (Efesios 5:16). Porque contra las quimeras del pan-teísmo y de la reencarnación, la Biblia enseña que el tiempo no está sujeto a un eterno retomo, ni a segundas oportunidades (ver Hebreos 9:27).
Según el libro de Génesis, la primera responsabilidad confiada al hom-bre es la de aprovechar el tiempo para mantener y transmitir, en las mejores condiciones posibles, la vida recibida (Génesis 1:28-30; 2:15). Como se anuncia ya en su primera página, el trabajo forma parte del quehacer que Dios confía al ser humano, en medio del orden cósmico. Adán recién crea-do recibe la responsabilidad de la gestión de su entorno natural (Génesis 2:5, 15). En contra de lo que a veces se escucha, la maldición que atrae sobre sí el hombre con su transgresión (Génesis 3:17-19) no es el trabajo sino el sufrimiento. Por eso el trabajo como actividad constructiva sigue presente aún en las descripciones más idealistas que los profetas hacen de la tierra nueva (Isaías 2:4; Amós 9:13). Dios mismo aparece descrito en la Biblia como un activo artesano, 6 que condena la pereza, 7 alaba al hombre trabajador y a la mujer laboriosa (Proverbios 22:29; 31:10-31).
Por eso, el precepto «seis días trabajarás» con que empieza el cuarto mandamiento (Éxodo 20:9), no es una mera introducción a la prohibición de trabajar el sábado. 8 Es parte del mandamiento. 9 Disponemos de seis días cada semana para nuestras tareas y un día para dedicamos plenamente al reposo y a la adoración. Tanto la obligación como la devoción tienen sus momentos. El mandamiento insiste en «recordar» el día de descanso por-que, por muy importantes que sean nuestras actividades, estas encierran muchas trampas, entre otras, la de hacemos olvidar a Dios, pensando solo en nuestras propias realizaciones. En todas las sociedades —incluidas las nuestras—existe el peligro de que el hombre (homo faber) se despersonali-ce en el trabajo y se convierta en parte de una mera cadena de producción, o que al contrario, consciente de su poder, actúe como dueño absoluto de todo lo que tiene a su disposición.
El sábado tenía la intención de operar una tregua permanente de armo-nía entre la creación y el Creador. El «trabajo» (melakhah) dejado aparte en
sábado es el que altera el equilibrio entre nosotros y la naturaleza. Al abs-tenernos de trabajar, es decir, al dejar de perturbar el mundo físico y de forzar sus procesos, aprendemos a respetar a los demás seres y a liberamos de las cadenas del interés material. 10 «Ten cuidado» advirtió ya Moisés hace treinta siglos: «Cuando Jehová, tu Dios, te haya introducido en la tie-rra que juró a tus padres […], en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes […], luego que comas y te sacies, cuídate de no olvidarte de Jehová, que te sacó de la esclavitud de Egipto» (Deuteronomio 6:10-12).

Del alivio al agobio
Por desgracia, con el paso del tiempo, la beneficiosa finalidad del sábado fue olvidada por la mayoría de los seres humanos. A la par que su observancia se iba haciendo formalista y descuidada entre los israelitas, unas minorías es-trictas llegaron a sacralizar el reposo sabático hasta el punto de idolatrarlo, apartándose así de su intención primera, transformado el día de alivio en un día de agobio. Durante el exilio en Babilonia, lejos del Templo, el sábado recobra una importancia especial como «espacio de encuentro». Círculos religiosos bien intencionados, sin duda deseando preservar el reposo sabático de toda violación, tienden a rodearlo de un conjunto de reglas y prohibiciones que, paradójicamente, lo fueron privando de su función original. Al apartar la atención de su contenido de gracia y enfocarla sobre la noción de pecado, estos círculos en vez de enseñar a disfrutar al máximo del privilegio del sábado, se enredan en una interminable serie de cuestiones relacionadas con su transgre-sión: qué acciones están prohibidas, cuánto peso se puede transportar, qué distancia es lícito recorrer, etc. En fin qué es y qué no es «pecado» hacer en ese día.
En tiempos de Jesús la carga de estas observancias había hecho olvidar a muchos el sentido liberador del sábado. Jesús tendrá que recordar a los fariseos, que por el camino del legalismo se desviaban de la intención primera del mandamiento. Jesús se reconoce señor de un sábado que libera y hace felices a quienes lo disfrutan (Mateo 12:8), no de un tiempo que esclaviza, frustra y atormenta, vivido como un sacrificio. Su sábado tiene la función de bendecir al ser humano. Ninguna abstención observada sin amor, por temor u obligación, puede convertir el reposo en un acto espiritual, independientemente del día en que uno lo observe. 11 «El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado. Por tanto, el Hijo del hombre es Señor aun del sábado» (Marcos 2:27, 28).
Esta declaración capital, tan trascendental para Cristo, sobreentiende que sin el sábado a los humanos nos falta algo. Por eso Jesús dedica especialmente ese día a devolver la salud al cuerpo y al alma (Marcos 2:27, 28; Juan 5:8, 9). Su actitud humanitaria en sábado revela su intención de hacer bien. Recordando que el sábado no es un fin en sí mismo, sino un medio de bendición, Jesús se esforzará por devolverle la alegría perdida, y con ella, la posibilidad de dis-frutarlo como una fiesta, en la plena armonía a la que Dios nos invita. El sába-do de Cristo es la celebración de la libertad recuperada, y por lo tanto el signo más perfecto de la justificación por la fe, porque conlleva la interrupción de toda obra humana para dejar actuar únicamente a Dios.
Jesús se esfuerza por corregir las interpretaciones equivocadas referidas al día de reposo. Recordará que «el sábado fue hecho por causa del hombre y no el hombre por causa del sábado» (Marcos 2:27). Al puntualizar que el sábado no es un fin en sí mismo sino que está a nuestro servicio, descarta innumerables tabúes asociados a su observancia, recordando que este día fue previsto para nuestro bien. 12
Los textos del Nuevo Testamento no dicen en ninguna parte que Jesús haya cambiado el sábado por el domingo ni por ningún otro día. 13 Al abordar este tema los escritores neotestamentarios no tratan la cuestión de si debía o no guardarse el sábado, sino la cuestión de cómo guardarlo. Por eso Cristo sana especialmente en sábado. Todas las curaciones realizadas en ese día afectan a enfermos crónicos. Ninguna se refiere a un caso de urgencia. Pudo haberlas realizado otro día, pero no lo hizo. Sanó en sábado porque no había mejor día para hablar de liberación. Para él la solidaridad en acción tiene más valor que el reposo pasivo. Celebrar debidamente el sábado no consiste tanto en dejar de actuar como en disfrutar de la comunión con Dios y con nuestros semejantes, o actuar en su favor.
Cristo se considera todavía señor del sábado (Marcos 2:27, 28). Nada per-mite deducir que respetase el sábado porque era judío. Lo hizo, sin duda, por la misma razón por la que respetó los demás mandamientos: porque estaba convencido de su bondad. Si nosotros seguimos necesitando la paz del reposo sabático, su objetivo se cumple cuando lo vivimos con su autor, como celebra-ción gozosa de la nueva vida que él nos ha dado. Los que entienden la realidad espiritual del reposo (Hebreos 4) adoran a Dios, no al sábado. Disfrutan de su comunión en ese día en lugar de mortificarse con una lista de privaciones. Disfrutan de sus beneficios como un anticipo de la felicidad plena del más allá.

Algo más que descanso
Probablemente la conquista más universalmente acogida de la legislación bí-blica es el descanso semanal. Este día de asueto, que no se explica ni por las fases de la luna, ni por ningún ciclo aparente de la naturaleza, 14 es sin duda una de las instituciones más originales, hasta hoy irreversible, de la historia de la humanidad. 15 Aparte de Israel, ningún otro pueblo de la antigüedad conocía la semana de siete días, ni mucho menos tenía la costumbre de guardar un día entero de reposo semanal. Ni siquiera los romanos, que tenían un calendario muy complejo, con numerosas fiestas y una serie de días fastos y nefastos en los que se abstenían de ciertas actividades, jamás imaginaron descargar de su trabajo a los esclavos o a los animales un día de cada siete. El valor humanitario del sábado es innegable. La prueba es que todos los pueblos del mundo han reconocido y adoptado la institución, aunque adaptándola a veces a otros días, en particular al viernes y al domingo.
Es interesante observar que en los textos sagrados, el sábado no aparece como una fiesta hebrea sino como un día perteneciente a la humanidad entera (Gé-nesis 2:1-3), como si el ritmo de seis días de actividad y uno de reposo fuese inseparable de la estructura prevista para la vida humana, ya que el reposo es una necesidad de la que nadie puede privarse sin daños, para reponer periódicamente las energías perdidas.
Sin embargo, el concepto hebreo de «descanso» (shabbat) representa mucho más que una simple interrupción de la actividad o la cesación de un esfuerzo, al igual que el concepto bíblico de «paz» (shalom) supone mucho más que la ausencia de guerra, puesto que incluye también armonía y plenitud. El manda-miento no se justifica solamente en el plano laboral. El interés de un día libre cada semana, en el que se detienen las actividades habituales para dar lugar a la serenidad interior desborda también el ámbito de lo jurídico. La raíz hebrea shbt, que da «reposar» y «sábado», quiere decir además de «cesar», «tomar aliento» y, por consiguiente, «tomar tiempo», para hacer a algo diferente o especial. 16 Estas expresiones son las que se aplican a Dios después de su labor creadora: «En efecto, en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, y el séptimo día descansó (shbt)» (Éxodo 31:17, NVI). Durante el shabbat, el hombre deja por un día su lucha por sobrevivir y «tener para disfrutar plenamente de «ser». 17
Y es que la razón última del sábado bíblico, por encima de lo laboral o hu-manitario, es de índole espiritual (Salmo 46:10). Se trata de una conmemoración a la vez de la creación y de la liberación de Egipto (Éxodo 20:8; Deuteronomio 5:15). Al recordar al Dios Creador, el sábado refuerza el sentimiento de fraternidad con lo creado. Al recordar al Dios Liberador, el sábado aleja la tentación de la opresión. Cuanto más enfrascados en nuestros proyectos, mayor peligro corremos de olvidar el lugar que ocupamos en el mundo. La tregua del sábado nos lleva de la esclavitud del trabajo a la libertad del descanso, 18 y nos advierte que nosotros también dependemos del Creador.
El descanso propuesto es total, físico, laboral y espiritual (Deuteronomio 5:14; Ezequiel 23:12). Este paréntesis periódico en el tiempo está ahí para ayu-damos a gozar lo que no podemos disfrutar tan intensamente entre semana por-que estamos demasiado ocupados. El día, que abarca desde el atardecer del vier-nes hasta la puesta de sol del sábado, ha sido «santificado», es decir, consagrado a Dios para no ser vivido como el tiempo común, y «bendecido», es decir, aso-ciado a privilegios especiales (Génesis 2:3) y a una experiencia de plenitud.
1. El sábado es el día personal de la libertad: «Ten en cuenta el sábado para consagrarlo al Señor, tal como el Señor tu Dios te lo ha ordenado. Trabaja seis días y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el séptimo día es día de reposo consagrado al Señor tu Dios. No hagas ningún trabajo en ese día, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguno de tus animales, ni el extranjero que vive en tus ciuda-des, para que tu esclavo y tu esclava descansen igual que tú. Recuerda que también tú fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí desplegando gran poder. Por eso el Señor tu Dios te ordena respetar el día sábado» (Deuteronomio 5:12-15, DHH).
2. El sábado es el día señalado especialmente para la adoración comunitaria: «Trabajarás durante seis días, pero el día séptimo no deberás hacer ningún trabajo; será un día especial de reposo y habrá una reunión santa. Donde-quiera que vivas, ese día será de reposo en honor del Señor» (Levítico 23:3, DHH). «Te alegrarás delante de Jehová, tu Dios, tú, tu hijo, tu hija, tu sier-vo, tu sierva, el levita que habita en tus ciudades, y el extranjero, el huér-fano y la viuda que viven entre los tuyos, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido para poner allí su nombre» (Deuteronomio 16:11).
3. El sábado es el día de disfrutar la felicidad espiritual: «Si dejas de profanar el sábado, y no haces negocios en mi día santo; si llamas al sábado “deli-cia”, y al día santo del Señor, “honorable”; si te abstienes de profanarlo, y lo honras no haciendo negocios ni profiriendo palabras inútiles, entonces ha-llarás tu gozo en el Señor; sobre las cumbres de la tierra te haré cabalgar, haré que te deleites en la herencia de tu padre Jacob» (Isaías 58:13-14).
4. El sábado es un signo visible de la alianza entre Dios y su pueblo: «Guar-darán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo a lo largo de sus ge-neraciones como un pacto perpetuo» (Éxodo 31:16; cf. Ezequiel 20:12).

Aceptar el reposo de Dios es asumir el espíritu de la alianza. Sus funciones bienhechoras dependen de la actitud con que se practica. Si es necesario abrir-se al plano de la fe para acoger los valores espirituales del sábado, la experien-cia personal de la «tregua sabática» resulta indispensable para llegar a apre-ciarlos. Solamente los que han saboreado alguna vez un verdadero shabbat conocen las satisfacciones que procura.
Sería imposible, en el reducido marco de este espacio, hacer justicia a los numerosos teólogos y pensadores que han profundizado en las bendiciones del sábado. Me limitaré, a título de ejemplo, a citar algunas reflexiones entresaca-das del magnífico libro de Abraham Joshua Heschel sobre el significado del sábado para el hombre moderno: 19
«En el océano tormentoso de nuestro mundo existen todavía algunas islas de paz donde el hombre puede retirarse y recuperar su dignidad. Una de ellas es el sábado, el día de la liberación. Liberación de las máquinas y de los negocios, para dejar actuar al espíritu. Cansados de tener que luchar día tras día contra la banalidad o de tener que sufrirla, aspiramos al sábado como quien regresa a su patria, a su gente, o a su puerto. Liberados de nuestras ocupaciones ordinarias, el sábado podemos vivir según nuestras aspiraciones más profundas.
«EI sábado nos libera de nuestras servidumbres laborales seamos ricos o po-bres. Durante toda la semana nos preocupan nuestras realizaciones, nos in-quietan nuestros proyectos, nos angustian nuestros objetivos. El sábado es gracia, es amor y es paz […]. Un día sin tensiones, afanes ni tristezas».
Cuando nos dejamos acaparar por las necesidades materiales tendemos a descuidar las espirituales. De ahí el valor inestimable de un período de tiempo empleado menos en poseer que en dar, en dominar que en compartir, en someter que en ponemos de acuerdo. 20 El retomo periódico del sábado recuerda, más que ningún otro símbolo, que la libertad depende precisamente del respeto de ciertos límites. Cada seis días una tregua interrumpe la agitación o la rutina de nuestras tareas. Haya habido tiempo o no de concluir los negocios, recoger las cosechas o terminar los proyectos, un alto en el camino nos descarga y libera de todas las servidumbres (Deuteronomio 5:15).
Con sus dos dimensiones de comunión con Dios y con el prójimo, el séptimo día es más que una simple tregua en el quehacer humano. Más allá del ritmo natural entre trabajo y reposo, el sábado trasciende el curso del tiempo y lo ins-cribe en una perspectiva de eternidad. 21 Recordándonos nuestra responsabilidad ante lo creado, el sábado nos invita a evaluar semanalmente nuestras obras y a presentárselas a Dios como una ofrenda.

El hecho de dejar de lado las tareas cotidianas nos deja libres para emprender otras y adoptar un ritmo vital más sereno. El sábado es el momento de volver a afinar nuestra armonía espiritual y de sintonizar plenamente con el Creador en un mundo secularizado. Es el día idóneo para disfrutar de familia y amigos, de dedicamos sin prisas, intensa y alegremente a compartir, charlar, pasear, leer, escuchar música, meditar, orar, amar y tantas otras cosas. Su tregua nos libera —en el sentido más básico de la expresión—para revitalizar los recursos interiores que se atrofian por desuso, y nos ayuda, en última instancia, a descubrir quién es el amo y quién es el esclavo de nuestra existencia. 22
Santificar el sábado consiste en reservar un espacio en el tiempo, del mismo modo que se construye un templo en el espacio. Y así como en el templo no cabe cualquier actividad, en el tiempo santificado tampoco. Si el sábado es un templo en el tiempo, santificar ese tiempo consiste en abandonar las preocupa-ciones habituales, la rutina, la agitación y el estrés de la obsesión del rendimiento o de la búsqueda trepidante de distracción, para abrirse a lo esencial y permitir que la dimensión de eternidad confinada en nuestro espíritu se expanda libre-mente.
Jesús observa el sábado y los primeros cristianos lo siguieron observando, hasta que, por presiones paganas y consideraciones políticas antijudías lo fueron sustituyendo por el domingo, día del sol. 23 Desde que en tiempos de Constanti-no el cristianismo se impuso como religión del Estado, la pureza de la fe original ha sido víctima de constantes alteraciones, que han acabado siendo asumidas por inercia. Hoy, conscientes de estas desviaciones, se impone un retomo a las fuen-tes para recuperar los valores perdidos. Redescubrir las ventajas de la primada de lo espiritual sobre los demás valores humanos, nos devolvería las bendiciones del sábado y el placer y la plenitud de sus dimensiones olvidadas.
«No cabe duda —afirma la teóloga católica Marie Vidal—de que los após-toles y discípulos de Jesús amaban y practicaban intensamente el día de shabbat. No cabe duda de que la iglesia primitiva tenía en estima el fervor del shabbat. Sin embargo, más tarde, algunos episodios sabáticos del Evangelio empezaron a recibir una lectura negativa. Esta lectura obedecía en cierto modo a una voluntad deliberada de presentar la práctica del shabbat bajo una coloración malin-tencionada. Quizá un día la iglesia reconozca que se equivocó, y tome concien-cia de que al menospreciar el sábado ha menospreciado a Jesús». 24

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1 Abraham Heschel, Les Bâtisseurs du Temps [Los constructores del tiempo] (París, Ed. de Minuit, 1957), p. 29.
2 Ibíd., pp. 106, 107.
3 “Las horas designadas para el sacrificio matutino y vespertino se consideraban sagradas y llegaron a observarse como momentos dedicados al culto por toda la nación” (Elena G. de White, Patriarcas y profetas [Mountain View: Pacific Press, 1961], p. 367. Sin embargo, la costumbre generalizada en la Biblia es orar, no dos sino tres veces al día, mañana, mediodía y tarde” (Salmo 55:18; Daniel 6:11)
4 Éxodo 27: 20. A la luz del Nuevo Testamento, el sacrificio de cada día simbolizaba «la consagración diaria a Dios de toda la nación, y su constante dependencia de la sangre expiatoria de Cristo», White; op. cit. p. 365.
5 Heschel, op. cit. p. 29.
6 Éxodo 20:11; Génesis 2:2-3; Salmo 8:4; 102:26; Jeremías 10:16; Isaías 64:7; etc.
7 Proverbios 18:9; 6:6; 20:4; 14:23; 28:19; 10:4; 12:24. No es extraño que los israelitas se hayan destacado como un pueblo laborioso, creativo y amante del estudio.
8 Mekh SbY 20:9; Gn R. 16:8.
9 Según el Talmud (Shab 118a) este mandamiento prescribe la obligación del trabajo a la vez que prohíbe depender de otros.
10 Ningún texto bíblico especifica el trabajo a evitar durante el Sabbath. El Talmud detallará mucho más tarde una lista de treinta y nueve acciones prohibidas (Shab 7:2).
11 Clifford Goldstein, A Pause for Peace (Boise: Pacific Press, 1992), p. 16.
12 Sobre este interesante tema véanse las obras de Samuele Bacchiocchi: From Sabbath to Sunday (Universidad Pontificia de Roma, 1977) y Reposo divino para la inquietud humana, 1980, publicado por su autor.
13 Se ha dicho que el sábado era el signo visible del antiguo pacto (Éxodo 31:13-17), mientras que el signo del nuevo es la fe No obstante; respetar la ley, en su profunda humanidad, forma también parte de la fe que el creyente profesa. Creer que Dios nos ama, es abrigar a su vez la íntima convicción de que nuestro amor obediente es la única respuesta coherente a su amor. La fe lleva al creyente a desear dedicarle más tiempo a su comunión con Dios, no menos.
14 W. Eichrodt, Theology of the Old Testament (Philadelphia: Westminster, 1961). vol I, p. 133.
15 Charles Coufarlonieri. «Signification biblique du sabbat» [El significado bíblico del sábado] en Les dix commandements par dix cardinaux [Los Diez Mandamientos explicados por diez cardenales] (París: Cerf., 1987), p. 60.
16 Así, por ejemplo, el rey Ezequías exhorta a los habitantes de Jerusalén a que entreguen fielmente la porción correspon-diente a los sacerdotes y levitas «para que ellos puedan dedicarse a la ley de Dios» (2 Crónicas 31:4). El verbo hebreo traducido aquí por «dedicarse» sugiere que el tiempo no empleado en ocupaciones materiales lo sea en asuntos espirituales.
17 E. Fromm, You shall Be as Cods (New York: Rinehart & Winston, 1966), pp. 195-198.
18 El ritual del principio del sábado (viernes de tarde) todavía incluye los símbolos de las tres ofrendas diarias que se que-maban en el altar. El sábado se ofrecía una medida doble de harina, de aceite y de vino (Deuteronomio 11:13, 14). Después de la destrucción del templo, la mesa de cada hogar israelita evoca el altar del templo, donde se siguen encendiendo do velas y se bendicen dos hogazas de pan y dos copas de vino.
19 A. J. Heschel, The Sabbath: Its Meaning for Modem Man (New York: Harper, 1966), pp. 103-114.
20 Según el teólogo judío Heschel, el sábado «no es día ni siquiera de acusarse, de arrepentirse, de pedior por lo que nos preocupa o por lo que deseamos. El sábado es un día de alabanza, no de súplica. Ayunos y abstinencia están excluidos. El sábado interrumpe el luto, la pena, la fatiga y hasta el agobio de servir a Dios» (op. cit., p. 3).
21 S. R. Hirsch, Commentaire du Pentateuque [Comentario al Pentateuco] (New York: The Judaic Press, 1986), p.381; Renunciando a dominar la creación, aunque sólo sea un día de cada siete, el hombre recuerda que «la naturaleza no es la mediadora entre Dios y los hombres; son los hombres los mediadores entre la naturaleza y Dios». Cf. E. Levinas, Transcen-dance el inteligibilité [Trascendencia e inteligibilidad] (Ginebra: Labor et Fides, 1984), p. 45.
22 Como la luz se distingue de la oscuridad iluminándola y dándole vida, asimismo el séptimo día se distingue de los seis días laborables permeando con su espíritu el resto de las actividades semanales más allá de sus confines. Ver E. Fromm, op. cit., pp.195-198.
23 Véase Samuele Bacchiocchi, From Sabbath to Sunday (Roma: Instituto Bíblico Pontificio, 1976); Reposo divino para la inquietud humana (Berrien Springs, 1980).

Radio Adventista
4 comments… add one
  • Por que poneis siga el papa!!?
    XD…….

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  • ¡Gracias a “Escuela Sabática Adolfo Calsin” y Roberto Badenas con Libro Complementario Cristo y La Ley! Es interesante leer, observar, analizar, deducir y concluir con/sin temor a equivocarnos, que nosotros los seres humanos creados a -imagen y semejanza de Dios- hemos sido y somos rebeldes a todo aquello que sea -norma, reglamento, decretos, estatutos y mandamientos dados como rectores que son preceptos definidos para nuestro bienestar social-moral-espiritual-. Si apreciamos a la luz de Las Sagradas Escrituras, desde el comienzo mismo de nuestra historia representada en Adán y Eva, muestran inconformidad, aventurismo, desafío, rebeldía y desobediencia a lo ya establecido. Es como ver y pensar que otras ideas enfocadas en contra de lo ya conocido u ordenado, quedara en el limbo de la incertidumbre humana. Es como desafiar a lo ya ordenado y decirle, mira, algo se puede lograr y alcanzar fuera de esto que direcciona nuestras vidas. En este recorrido teologico-histórico de consideraciones e interpretaciones, podemos ver (tenemos que ser duros y ciegos para no verlo) que todo lo que busca, persigue y quiere Nuestro Dios-Eterno-Creador-Todopoderoso, para cada uno de nosotros sus creados, coadministradores de su creación, es nuestro bienestar integral, o sea que se beneficie en plenitud nuestro cuerpo-alma-espíritu. Eso suena mal y malo para el ser que Él mismo Dios creó a su imagen y semejanza, como un dominio superior que no quiere o desea tener. De ahí sus reacciones, sus rebeldías, sus decisiones en contravía a Nuestro Dios. Lo cierto, seguro y eficaz con éxito, victoria y triunfos en todos los sentidos para nosotros, es acatar-aceptar-recibir en fe y con fe de salud plena, lo que Nuestro Dios dictaminó desde el Decálogo, donde se incluye con grandes y abundantes bendiciones, el reconocimiento al Santo-Glorioso-Feliz Sábado ordenado y dado por Yahveh y/u Jehová («YHVH» o «JHWH») ¡Gloria y Honra a Nuestro Poderoso Dios!

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  • Muy interesante, un material auxiliar muy bueno.
    Es algo muy especial reflexionar sobre el tiempo; pensemos en los patrones de medida, metro, kilo, podemos tener una relación física directa con el ente que es el patron. Por ejemplo un kilogramo masa es una pesa de platino iridio que está en algún lugar. Sin emabargo el “segundo patron” como lo medimos esta en realación con la duración de un proceso, ejemplo ciclos por segundo de algo o desintegraciones por segundo de algo, estamos con un proceso no con un objeto, un ente concreto.
    Simplememnte “transcurrimos en el tiempo” no tenemos ningún control sobre él, no sabemos que es.
    DIOS hizo el tiempo y también el Sábado, lo hizo para nosotros, nos dio a JESUS, algún día El me explicará todas las cosas que me puedan ser reveladas.
    Un abrazo cristiano.

    Martín

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  • Son commentarios que elevan nuestro espiritu a Dios, y que con ese espiritu le adoremos en su dia hasta la eternidad, gracias por tan valiosa informacion.

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