Tal vez uno de nuestros mayores temores es que nuestros intentos de obedecer a Dios hoy en día fracasen como lo hicieron los antiguos israelitas tantas veces. ¿Qué faltaba entonces para que su obediencia se convirtiera en legalismo?
Podemos agradecer al discípulo amado de Jesús, Juan, la respuesta a esta pregunta. Como dice nuestro texto de memoria, 1 Juan 4:8, Dios es amor. Es imposible complacerlo sin amarlo primero. La obediencia es un subproducto de nuestro amor. No es la fuente del mismo.
A veces nuestro amor por Dios se contamina al ver los castigos del pecado como el resultado de no obedecerle correctamente. El hecho es que estos castigos son el resultado de no amarlo correctamente. Dios pronuncia, incluso predice, estos castigos, pero no ocurrirían por otra razón que por ser el resultado de nuestra separación del amor de Dios.
El libro del Deuteronomio, el último libro de Moisés del Pentateuco, contiene temas sobre el pueblo de Dios, su historia y la alianza que tiene con él. Pero lo que subyace es el tema del amor. El amor de Dios por nosotros y nuestro amor por Él son principios importantes a lo largo de estos discursos de despedida. El Deuteronomio puede ser una repetición de la ley, pero sobre todo es una repetición del amor de Dios, expresado en esa ley.