Cuando descubrimos que Dios conoce todas nuestras faltas y defectos, no podemos evitar sorprendernos de que esté tan dispuesto a borrarlos de nuestro registro. Ninguno de nosotros merece el menor de Sus favores y, sin embargo, Él nos colma de bondad amorosa, a pesar de nuestros pensamientos y acciones más despreciables. Cuando confesamos nuestras obras pecaminosas, Él está más que dispuesto a perdonarnos y limpiarnos de ellas (1 Juan 1:9).
Salmo 130:4 indica que debemos admirar a Dios por Su misericordia. Debemos temerle o adorarle debido a su perdón. En otras palabras, el amor inspira amor. De esto está hecha la verdadera adoración. Amamos a Dios porque él nos amó primero (1 Juan 4:19).
Salmo 130:5, 6 describe la espera del Señor. La palabra hebrea para “esperar” en este caso es qawah, que significa “estirar”, y es la raíz de “esperanza”. Nuestra espera por el Señor entonces es más que una rendición pasiva, sentados ahí sentados con los pulgares, por así decirlo. Nuestra espera expresa una ansiosa anticipación y un deseo esperanzado por la intervención misericordiosa del Señor. Se basa en las promesas de Dios, no en ningún optimismo personal que podamos crear para nosotros mismos.
Al final del salmo (Salmo 130:7, 8), Israel, la comunidad del salmista, está incluida en esta esperanza. Hay valor en ser parte de una comunidad de creyentes, cuando se trata de servir y esperar en el Señor.