Dios ya había realizado un milagro antes cuando hizo que las aguas amargas se volvieran dulces y bebibles en un lugar. Pero mientras viajaban, con sus suministros de agua nuevamente agotados, llegaron a un lugar donde no fluía agua. Una vez más, el pueblo se quejó a Moisés, listo para apedrearlo. Parecía que algunos de ellos estaban endureciendo sus corazones, al igual que los de Egipto.
Esta vez Dios le dijo a Moisés que se parara sobre la roca de Horeb y golpeara la roca con su vara. Lo hizo frente a los ancianos, y al instante brotó agua de la roca. Para recordarles este milagro, Moisés llamó al lugar Massah y Meribah, lo que significaba que era un lugar de “prueba” y “contención o disputa”.
1 Corintios 10:4 nos dice lo importante que era esta agua de la roca para su crecimiento espiritual. Jesús claramente fue la Roca que proveyó a sus almas sedientas con agua que sustenta la vida. La metáfora de la roca también se encuentra en varias referencias del Antiguo Testamento (Salmo 18:2, 62:2). Él es nuestra roca, nuestra fortaleza, nuestra salvación.
