Es comprensible que los hijos primogénitos ocupen un lugar especial en el corazón de los padres y abuelos. Representan los primeros frutos de las bendiciones de Dios, haciéndonos comprender de manera tangible al maravilloso Dios Creador al que servimos.
Por lo tanto, los hijos primogénitos de los israelitas fueron consagrados de una manera especial a Dios. Se habían salvado de la muerte en la plaga final en Egipto, cuando sus familias pusieron la sangre de un cordero sacrificado en los postes de sus puertas y en el dintel. Los primogénitos de sus animales eran sacrificados a Dios, pero los hijos primogénitos eran consagrados a Dios con la celebración de la Pascua. Este evento conmemorativo debía mantenerse siempre ante sus ojos y en sus manos (Éxodo 13:16), representando tanto sus pensamientos como sus acciones.
Toda la celebración de la Pascua apuntaba hacia el futuro Mesías, “el primogénito de toda la creación” (Colosenses 1:15). La sangre derramada del Cordero de Dios (Juan 1:29) debe estar en los postes de nuestros corazones hoy y siempre. Nuestro Libertador llama a la puerta de todos, esperando que lo invitemos a entrar (Apocalipsis 3:20).
