Podemos estar seguros de la salvación de la siguiente manera. Siempre seremos Pecadores hasta que seamos transformados. Y en esa condicion cometemos pecados. Pero la condición de salvos se obtiene por el perdón de los pecados. Los perdonados son sinónimo de salvos. Y como todavía somos pecadores, permaneceremos salvos hasta la próxima caída, de ahí entramos en la condición de perdidos. Pero si nos arrepentimos, y pedimos perdón, estaremos otra vez salvos.
Pero en ese proceso de perdón y pecado, debemos prestar atención al problema del pecado contra el ESPÍRITU SANTO. Mucho cuidado aquí, pues no podemos transformar la secuencia de pecado y perdón en una broma o en un descuido. El arrepentimiento no puede ser siempre algo superficial como si el pecado no fuera algo tan grave. El arrepentimiento necesita provocar repulsion por el pecado, a tal punto que la persona se abra al poder divino para transformarla y por lo menos pecar menos, ir deshaciéndose de los pecados. A esto se le llama santificación: la persona se vuelve cada vez más fuerte en resistir al pecado… Y todo esto solo será posible con la voluntad y entrega a Cristo.