Comprender la profundidad del Evangelio nos ayuda a apreciar su naturaleza eterna. Jesús murió por nosotros, pero no olvidemos su resurrección, que demostró que era el vencedor de toda muerte. Él tenía el poder de resucitarse a sí mismo. Nadie más en todo el universo podía reclamar esa capacidad.
Pablo, especialmente, sintió profundamente lo que el evangelio había hecho por él. Nos dice explícitamente que somos justificados (declarados inocentes) por la gracia de Dios, y esta gracia se da gratuitamente a todos los que aceptan a Jesús como su Salvador.
Dios nos amó y nos concedió la gracia, aun siendo pecadores, y no hay nada que podamos hacer para ganárnosla. Cualquier cosa buena que logremos no es más que un reflejo de la gracia que Él nos da tan generosamente. Por lo tanto, nada de lo que hagamos puede añadirse a lo que el Hijo del Hombre ya ha hecho por nosotros a través de un plan de salvación que se estableció antes de que comenzara el tiempo.
Por eso el Evangelio de la salvación es eterno. No tiene limitaciones temporales. El amor de Dios llega más atrás en el tiempo de lo que podemos imaginar, y del mismo modo se extenderá más allá de los límites del tiempo en el futuro “para siempre”. La gracia de Dios es sencillamente intemporal. Podemos contar con ella siempre que la necesitemos.
Nuestra redención tuvo un alto coste: la preciosa sangre de Cristo, simbolizada por el cordero sin mancha ni defecto que formó parte del culto de sacrificio durante tantos años en Israel. Incluso antes de la fundación de nuestro mundo, fuimos “elegidos” como receptores de Su gracia. No fue una ocurrencia tardía, sino parte del plan de salvación incluso antes de la creación de nuestro planeta.
Retroceder en el tiempo antes incluso de que existiéramos, y para siempre en nuestro futuro, magnifica la gracia dada a la humanidad pecadora y caída. Jesús preferiría experimentar el fuego del infierno antes que perdernos y separarnos de Él para siempre.
El Evangelio eterno es, de hecho, uno de amor y gracia ilimitados, extendido a todos los que lo aceptan.