Blaise Pascal, un famoso científico y filósofo francés del siglo XVII, expresó un pensamiento intrigante. Señaló que no importa en qué consista nuestra vida en la Tierra, todos vamos a morir finalmente. Considerando nuestra corta vida aquí entonces, deberíamos estar aún más interesados en lo que nos espera más allá de la tumba, ya que la eternidad es mucho más larga y permanente.
El Nuevo Testamento menciona muchas veces la vida eterna o eterno. A la luz de la cruz y de la milagrosa resurrección de Cristo, la vida eterna es lo único que tiene sentido, si creemos en el sacrificio que Cristo ha hecho por nosotros.
Si viviéramos por lo que este viejo mundo de pecado tiene para nosotros, el precio del Calvario sería un pago excesivo. Debe haber algo más allá de la tumba para nosotros también. Después de todo, Cristo mismo prometió este destino eterno mientras vivía con nosotros personalmente esos pocos años en la tierra.
La Biblia es clara en cuanto a que nuestra vida después de la muerte no es sólo una continuación de la vida tal y como la conocemos aquí y ahora. La nueva existencia que nos espera no sólo será nueva, sino que será mucho mejor. La ausencia de dolor, sufrimiento y muerte, y la pena que traen, será reemplazada por experiencias muy superiores y duraderas. Esto, por supuesto, sucede cuando Jesús viene de nuevo en las nubes con todos sus santos ángeles. Ver Hechos 1:10, 11 y Apocalipsis 1:7.
2 Pedro 3:10-13 describe la destrucción total que viene sobre este viejo planeta. La justicia perfecta se alcanzará entonces por fin en el nuevo reino de Dios, y moraremos con Dios pacíficamente para siempre.
Pedro 3:11 nos recuerda nuestra situación actual diciendo, “qué clase de personas deben ser en conducta santa y piadosa”. Tito 3:7 revela cómo logramos esta línea divina: “que habiendo sido justificados por su gracia, seamos herederos según la esperanza de la vida eterna”.
