
Muchas veces Israel hizo cosas indescriptibles para probar el amor de Dios. Uno de los momentos de reincidencia más desalentadores ocurrió en el monte Sinaí, donde Moisés acababa de recibir las tablas de los diez mandamientos. Habían experimentado un rescate milagroso de la esclavitud en Egipto, pero Moisés los encontró adorando descaradamente a un becerro de oro cuando regresó de la cima de la montaña.
La conversación de Dios con Moisés después de este incidente incluyó la declaración, a menudo mal entendida, de que “seré misericordioso con quien tenga misericordia, y tendré compasión de quien tenga compasión”. Esto no significa que el amor de Dios sea arbitrario o que estemos predestinados a ser amados o abandonados por Dios. Simplemente nos permite saber que Dios, como nuestro Creador, tiene el derecho y la autoridad de conceder gracia y compasión incluso a los más indignos de nosotros.



