Podemos preguntarnos por qué tenemos experiencias tan intensas y radicales. Pueden ser tan intensas porque nos hemos alejado tanto de Dios, ya sea en nuestra propia vida individual o en la población en general. El pecado ha hecho cosas radicales en nuestro mundo. Por lo tanto, a nosotros nos suceden cosas radicales.
A menudo se necesita una acción y un compromiso extremos por nuestra parte cuando las pruebas se vuelven abrumadoramente difíciles. Esto explica las palabras de Cristo en su sermón de la montaña, cuando nos dice que nos cortemos la mano, o nos saquemos el ojo, si estos miembros nos hacen pecar (Mateo 5:29, 30). Estas son definitivamente soluciones radicales. Pero lo que Jesús realmente nos llama a hacer es a controlar nuestras mentes y cuerpos, sin importar cuánto cueste.
Es posible que tengamos que comprometernos a renunciar a algo que hemos atesorado o a empezar a hacer algo que nos da pavor. Pero estas acciones radicales serán recompensadas, si son lo que Dios nos llama a hacer en respuesta a nuestro crisol.
Para entender la perseverancia, podemos mirar la historia de Jacob cuando luchó con un ser celestial toda la noche, a pesar del dolor de su cadera dislocada (Génesis 32). Se aferró a Cristo a través del dolor y sin duda cojeaba cuando más tarde se encontró con su hermano Esaú.
La cojera puede haberle hecho parecer débil, pero en realidad era una indicación de su tenacidad y perseverancia. Jacob fue bendecido porque se aferró a Dios durante la dolorosa lucha de aquella noche de tormento mental y emocional.
A pesar de nuestro deseo de rendirnos, nosotros también podemos encontrar fuerza aferrándonos a Dios y a sus promesas. Dios sabe que bajo presión somos débiles y tenemos miedo, pero Él recompensa nuestra perseverancia. Como cristianos, podemos encontrar fuerza recordando Filipenses 4:13, que dice que podemos “hacer todas las cosas por medio de Cristo, quien me fortalece”.
