Una de las características más impresionantes de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote es su naturaleza eterna. Hebreos 7:16 dice que Él viene a nosotros por el “poder de una vida eterna”. Y en el siguiente versículo, dice que Él es “un sacerdote para siempre”. Esto eleva a Cristo, convirtiéndolo en el “fiador [o garantía] de un pacto mejor” (Hebreos 7:22).
El mejor pacto, llamado nuevo pacto, fue explicado en el capítulo 8 citando el libro de Jeremías (Hebreos 8:10-12). Implicaba poner la ley de Dios en sus corazones y mentes. Una cosa es saber sobre las cosas de Dios, pero la verdadera obediencia sólo ocurre cuando el corazón está comprometido.
Es importante lo que pensamos sobre Dios, pero lo que sentimos por Él es igual de importante. La vida y la muerte sacrificial de Jesús garantizan que nuestros corazones y nuestras mentes serán igualmente afectados cuando aprendemos sobre Dios. Su amor se manifestó plenamente mientras estuvo en la tierra, tratando con nosotros a un nivel tan personal. El pacto que Cristo nos ministra es un testamento amoroso y duradero que nos llevará hasta la eternidad.
Nuestro texto de memoria de esta semana, Hebreos 7:26, no deja ninguna duda de que Jesús no tenía pecado. El perfecto Cordero de Dios era “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores”.
Aunque era totalmente humano, no estaba corrompido por el pecado, como nosotros. No tenía culpa alguna. A pesar de todos los intentos de Satanás por desviar su lealtad al Padre, venció todas las tentaciones y vive para ser nuestro digno Sumo Sacerdote.
Su humanidad le permite ser también nuestro Ejemplo-uno que puede impartirnos el poder de vivir por encima de todo el mal que nos rodea. Él nos mostró cómo vivir la ley de Dios teniéndola en nuestros corazones. Su Espíritu está disponible para todos los que invocan su nombre.
El hecho de que Él “se haya hecho más alto que los cielos” nos muestra que el cielo está al alcance de cualquiera que desee que Jesús ministre por ellos en el santuario celestial. Ningún sacerdote terrenal ha sido capaz de salvarnos. Sólo el querido Hijo de Dios tiene la santidad necesaria para pagar el precio de nuestro pecado y servir como nuestro Sumo Sacerdote. Su muerte sacrificial en el Calvario lo hizo posible.