Libro Complementario Capitulo 10 – Hageo “Las prioridades para el final” – Sabado 08-06-2013

Las prioridades para el final

Cuáles son tus principales necesidades? ¿Son estas tus prioridades? Agua, comidalibro-complementario y un techo donde resguardarse son necesidades básicas para todo ser humano. Se asume que estas deben ser satisfechas antes de poder ocuparnos de otras. Eso ha llevado a algunas personas a argumentar que no podemos satisfacer totalmente nuestras necesidades espirituales si las necesidades “básicas” no han sido cubiertas. Por ello, la mayoría cree que debemos cubrir las necesidades físicas de las personas antes que las espirituales. De forma redundante, podríamos concluir que esas “prioridades” deben ocupar el primer lugar. Esa presuposición ha influido en las últimas décadas sobre la política gubernamental, los sistemas educativos, los programas de desarrollo, y de forma especial en el mundo de los negocios. Durante el siglo XX se realizaron cientos de investigaciones con el objetivo de ser exactos y precisos sobre lo que la gente quiere. Muchas compañías invierten millones de dólares en estudios de necesidad, para determinar cómo satisfacer lo que las personas no tienen. Algunos de esos estudios son útiles para las iglesias, en su búsqueda de ser relevantes e impactar a las comunidades en las que sirven.
Los argumentos sobre un orden para las prioridades humanas son lógicos y están apoyados por cientos de investigaciones que se popularizaron después de 1940. El responsable principal de originar esa tendencia fue Abraham Maslow, un psicólogo estadounidense que reaccionó en su tiempo a los excesos del determinismo que sugerían las teorías freudianas sobre la conducta. Maslow realizó un estudio sobre la vida de personas de éxito que cumplían con el estándar de autorrealización. Con los resultados de sus estudios, Maslow preparó una pirámide donde establecía la jerarquía de las necesidades humanas.
1 Según Maslow, la base de nuestras ne-cesidades son las fisiológicas, tales como respiración, alimentación, des-canso y sexo. En segundo lugar está la necesidad de seguridad, después la de afiliación, le sigue la necesidad de reconocimiento y, en último lugar, la de autorrealización. Maslow no incluyó la etiqueta de “necesidades espirituales”, pero es en la punta de la pirámide donde algunos las han ubicado. La presuposición es que debemos satisfacer las necesidades “básicas” antes de llegar a las necesidades más “abstractas”. Esa teoría se ha aplicado a los negocios para poder vender, también a la educación para promover mejoras en planteles escolares, y ha llegado a la literatura cristiana, hasta el punto de aceptarse casi como una ley incuestionable. 2
Pero uno de nuestros doce profetas contradice estas presuposiciones. Su predicación sugiere que esas “prioridades” se deben dejar para el final. Evidentemente, 2.500 años antes de Maslow ya había personas que estaban aplicando esos principios de la “pirámide” de necesidades. Para el remanente que regresó del exilio neobabilónico junto a aquellos que habían quedado en las montañas de Judá, los principios de supervivencia que observa y categoriza Maslow eran un hecho. Hageo profetizó a ese grupo que vivía en lo que había sido el reino de Judá y ahora eran una colonia bajo el Imperio Persa. El profeta cuestiona las prioridades de los que se suponía que iban a recibir las bendiciones divinas. El Templo, que había sido el corazón del pueblo hebreo, estaba en ruinas, mientras que la gente estaba ocupada sembrando para proveer para sus familias y construyendo casas para albergarse (1:4-6) en ellas. Una lectura del libro sugeriría que ellos eran buenos discípulos de Maslow, ya que se centraron en las necesidades “básicas” y dejaron el Templo para más tarde. Hageo proclama un mensaje contradictorio, asegurando que lo primero debe ser lo último, y que lo que se estaba dejando para lo último, debería ser lo primero.

Lo que llevamos con nosotros
Nunca he estado en una situación desesperada de supervivencia, pero una de las experiencias más traumáticas para mí, fue precisamente lo vivido durante el huracán Katrina. En Nueva Orleans, junto a mi padre, tu-vimos que tomar decisiones sobre cuáles eran nuestras prioridades, a la hora de salir de la asolada ciudad. En el hospital donde estábamos refu-giados, nos encontrábamos un pequeño grupo de hispanos que nos convertimos en familia en cuestión de horas. Entre ellos, había tres personas que habían entrado en los Estados Unidos de forma no convencional y no tenían documentos oficiales; además de cuatro familiares de enfermos que estaban en el hospital. Como teníamos un espacio limitado en el microbús que era propiedad de mi padre y solo había otro automóvil disponible, teníamos que tomar decisiones sobre qué íbamos a necesitar. Lo primero que quedó claro es que no íbamos a dejar a nadie allí por llevar-nos el equipaje, pues las personas eran más importantes que las posesiones materiales. Pero había que decidir qué íbamos a llevar con nosotros, nuestras prioridades. Los que teníamos familiares en el hospital, habíamos equipado nuestros apartamentos hacía pocas semanas con todo lo necesario para vivir un año en ese lugar, así que teníamos que escoger qué nos llevábamos.
¿Qué era indispensable y qué se podía quedar? Nos parecía una eter-nidad caminar hasta donde estaba el apartamento y cargar con aquello que considerábamos esencial. Era una sensación muy rara; algo que uno solo ve en las películas y parece surrealista. Atrás quedaron hornos microondas y otros enseres eléctricos de cocina, vajillas, televisores, lám-paras, ropa de cama y decoraciones. Lo importante era llevar agua, comi-da, medicamentos y, por supuesto, mi computadora. Habíamos llevado nuestras Biblias al refugio, donde habían sido nuestra fuente de fortaleza y esperanza. El alimento espiritual estaba a la cabeza de la lista de prio-ridades. Así nos lanzamos los nueve refugiados por calles fantasmales y semitransitables, siguiendo las instrucciones de los soldados que nos escoltaban hasta la puerta de no detenernos por ninguna razón en el camino, debido a lo peligrosa que era la situación en esa jungla de cemento (y agua). En la ciudad reinaba la anarquía, con gente armada saqueando todo a su paso y buscando satisfacer sus necesidades básicas. Aquellos fueron días intensos, en los que se puso en evidencia la importancia de las prioridades, pues es en la prosperidad o en la necesidad donde revelamos quiénes somos realmente.
Al abrir nuestra ventana hacia más de dos milenios atrás, pregunté-monos: ¿Qué habrían llevado consigo aquellos que salieron de Babilonia para regresar a Jerusalén? Evidentemente, no cargaron con ídolos ni parafernalia religiosa. Los profetas que ejercieron su ministerio antes del exilio neobabilónico siempre tenían que amonestar a los hebreos sobre la veneración a ídolos. El sincretismo y la idolatría fueron precisamente lo que les costó el exilio. Pero después del retorno, los hebreos ya se habían “curado” de esas formas de adoración. Ningún profeta tiene que volver a repe-tir esas mismas amenazas o hacer llamados a cambiar prácticas idólatras. En el registro arqueológico del territorio de las colinas de Judá, después del siglo VII a.C., no se encuentran expresiones icónicas significativas en contextos yahvistas, como las de antes del exilio. 3 Eso no significa que el culto fuera anicónico o que no hubiera expresiones de arte, como las que fueron suprimidas en el judaísmo medieval y en la actualidad. Es peligroso mirar al judaísmo que emergió en la época persa con los lentes del siglo XXI. 4 Por otro lado, es evidente que esos paquetes de la mudanza habían quedado atrás y que se había realizado un esfuerzo exitoso por deshacerse de los ídolos.
En Esdras, se describe a los que regresaban, llevándose como priori-dad los muebles del Templo de Jerusalén y los utensilios sagrados de los que se había apoderado Nabucodonosor. Los refugiados tomaron consigo metales preciosos para restaurar el Santuario sagrado y restablecer los servicios de forma normal (Esdras 1:1-11). Al salir de Mesopotamia, esco-gieron lo mejor para su Rey; estaban centrados en su misión de reconstruir la propiedad de la Casa de Yahveh. El reducido grupo que regresa con Zorobabel ben-Salatiel (Sesbasar en Esdras 1:8) tenía claro que lo importante no era la supervivencia material, sino hacer la voluntad divina. Ellos reconocieron, en cumplimiento de la profecía de Jeremías (29:1 0), que debían regresar para restablecer el culto en Jerusalén. Esdras describe al grupo que decide regresar como “aquellos a quienes Dios puso en su corazón subir a edificar la casa de Jehová” (1:5).
La emoción de formar parte de la historia y del cumplimiento de la profecía debía haber llenado de gozo el corazón de los que regresaban. El mismo Daniel demuestra su expectativa del regreso de los hebreos a Jerusalén, aun cuando él era ya muy anciano para hacer ese arduo viaje de regreso. Pero irónicamente, ahora que no había un faraón que les impidiese ese regreso ni ejércitos que los persiguieran, los hebreos no vuelven masivamente a la tierra prometida. El grupo que regresa es reducido, en comparación con los que se quedan en Mesopotamia.
Pero ¿cuál era la situación de los hebreos en Mesopotamia? Aclaremos este punto. Los patéticos cuadros de los guetos donde aislaban a los judíos en la Europa del siglo XX o las horrendas imágenes de los campos de concentración nazis no deben prejuiciar nuestra lectura sobre la vida de los hebreos en Mesopotamia. Ni siquiera las imágenes de los asirios empalando a los habitantes de Judá, como son presentados vívidamente en las paredes del palacio de Salmanasar III, deben hacernos tener una idea equivocada. Lo cierto es que hay muestras textuales de recibos comerciales en Mesopotamia que demuestran que había muchos exiliados yahvis-tas que eran económicamente prósperos. 5 En la literatura cuneiforme hemos encontrado habitantes de Judá que eran prestamistas, propietarios de tierras, y algunos que trabajaban en el gobierno, como fue el caso de Daniel. Para muchos de ellos, sus prioridades de alimento, techo, estabilidad económica y política eran lo más importante. Salir de las metrópolis de Mesopotamia a una tierra que había sido desolada por la guerra, y que estaba plagada de enemigos, no resultaba nada halagüeño para la mayoría.
Pero antes de juzgarlos, debemos recordar que muchos de nosotros hemos tenido que ir a tierras más prósperas a trabajar o estudiar, y solo algunos regresamos a nuestros terruños a servir en lugares menos acomodados. El ideal de casi todos es regresar, y muchos idealizan ese día en el que estarán de vuelta con sus seres amados, en la patria que han dejado atrás. Pero como el triste borincano se lamentan: “Pero el tiempo pasó y el destino burló mi terrible nostalgia”, sin regresar a vivir a las tierras que se despidieron con un “adiós”. Hijos, enfermedad, compromisos y diferentes factores, pueden impedir nuestro regreso. Así que, tampoco debemos juz-gar a nuestros compatriotas en el “exilio”. Parece ser que las necesidades son un denominador común entre los que se quedan atrás. La mayor diferencia es que ahora no somos llamados a aferramos a ningún país, como si en la tierra estuviera nuestra patria definitiva. No somos ni de “aquí” ni de “allá”; al ser ciudadanos del Reino, pertenecemos a un pueblo que viene de todas las partes del mundo, un pueblo de peregrinos y advenedizos que tienen la esperanza de habitar en la ciudad celestial. No hay lugar para patriotismos ni etnocentrismos en el remanente de las naciones. Estamos a punto de salir de todos los pueblos, y lo único que podemos llevar es nuestro carácter.
Pero en cierto sentido, nuestra experiencia parece más fácil que la vi-vida por los hebreos. Nosotros siempre hablamos del futuro, y hay varios escenarios posibles. Pero las esperanzas en un reino mesiánico para los hebreos estaban basadas en lo que veían, y eso no era nada halagüeño.
Llevar a sus familias a un lugar donde la situación económica era precaria, donde había inseguridad para sus vidas entre pueblos hostiles, y donde faltaban recursos para los suyos no parece ser responsable. A fin de cuentas, ¿qué les esperaba a los que habían regresado de Mesopotamia?

¿A dónde vamos?
Tratar de explicar a los niños qué les espera o los beneficios del lugar a donde vamos a llegar no siempre resulta tarea fácil. Cuanto más desa-fiante o largo es el camino, las descripciones deben ser más detalladas y positivas. Pero ¿qué podían contestar los padres a los pequeños hebreos que estaban cruzando zonas desérticas bajo un calor infernal, en rutas infectadas por bandidos? Solo les quedaba suspirar profundamente mientras repetían el Salmo 122 con la esperanza de que las promesas sobre Jerusalén se cumplieran. Aquellos que estaban regresando, probablemente habían escuchado noticias sobre las precarias condiciones en las que vivían los que se habían quedado en las montañas de Judá. 6 Tenía que ser difícil animar a los niños ante el cuadro patético que sabían que les esperaba al llegar a su destino.
El enclave hebreo que vivía en el territorio que antes ocupaba el reino de Judá era solo una pequeña colonia controlada por los persas. En esta ocasión, no hubo milagros impresionantes que marcaran la salida del remanente, ni un mar para ser abierto; no los acompañó una nube para protegerlos del sol durante el día, ni una columna de fuego por la noche; su sed no fue calmada por agua de una roca, y no había maná para buscar cada mañana. La “tierra prometida” ahora estaba dirigida desde Mizpa por un gobernador marioneta, que recibía órdenes desde Persia. El reino de Judá ahora era la colonia de “Yehud” y ellos eran simples “yehuditas”. Su territorio no era desde el Éufrates hasta el Nilo, sino apenas la zona montañosa de las colinas de Benjamín y Judá. Jerusalén estaba escasamente habitada, las murallas destruidas… y el Templo permanecía en ruinas.
Los que regresaban se encontraban a los descendientes de los “pobres de la tierra”, que habían sido dejados por los neobabilonios (Jeremías 52:15, 16). Entre ellos se encontraban algunos que se habían escapado de los ejércitos invasores, y otros que habían aceptado pasarse de bando antes de que Jerusalén cayera, y que se libraron de las penas en el territorio de Benjamín. Un grupo de ellos se marchó a Egipto (Jeremías 43:1-7), donde la mayoría pereció o fueron absorbidos. 7 Pero no todos emigraron al sur con Azarías; hay pruebas de que hubo una población en Mizpa así como hay tumbas de este período en la región de Jerusalén. Los que re-gresaban se encontraron a una población desanimada y que no tenía muchas esperanzas de que la situación fuera a mejorar.
Pero Esdras, casi un siglo después, nos describe el fervor de los que re-gresaban y su visión e interés en cumplir las promesas de restauración. Dedicaron el altar para el Templo y comenzaron a trabajar en este, bajo las órdenes de su gobernador: Zorobabel (Esdras 1-3; Hageo 1:2). Pero pronto comenzaron las amenazas de los samaritanos y las “necesidades” inmediatas se hicieron imperiosas.
El sistema agrícola en esa región, donde hay montañas rocosas, tiene que ser por terrazas, que son construidas al lado de las laderas para sembrar. Tuvieron que restaurar las que habían sido destruidas y arrancar los matorrales que habían crecido en terrenos cultivables, así como restaurar las casas y construir otras nuevas. Las cisternas se habían roto en algunos casos, y en esa región se depende del almacenamiento del agua; así que debían reparar las antiguas y construir nuevas. El ánimo fue disminu-yendo por tanto trabajo y las prioridades espirituales comenzaron a ser sustituidas por las “básicas”.
“Tales eran las condiciones durante la primera parte del reinado de Darío Histaspes. Tanto espiritual como temporalmente, los israelitas estaban en una situación lastimosa. Tanto tiempo habían murmurado y dudado; tanto tiempo habían dado la preferencia a sus intereses personales mientras miraban con apatía el Templo del Señor en ruinas, que habían perdido de vista el propósito que había tenido Dios al hacerlos volver a Judea y decían: ‘No es aún venido el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada’ ”
(Profetas y reyes, cap. 46, p. 420).

Las “prioridades” se deben dejar para el final
En aquella situación, Dios envía a Hageo para hacerles reconocer que estaban equivocados al poner sus necesidades “básicas” como prioridad principal. Hageo les reclama que han reconstruido sus casas mientras que la casa de Jehová estaba en ruinas (1:4). Nosotros debemos reconocer que la opulencia o el derroche no deben caracterizar a las entidades que sirven a aquellos que se encuentran en mayor necesidad. Sin embargo, no se debe ser mezquino con lo que le ofrecemos a Dios. Dios se merece lo mejor, y las instituciones que son dedicadas al Cielo deberían ser representativas del Dios a quien deseamos honrar por medio de ellas. Es irónico que se pueda invertir en una propiedad privada, comodidades en el hogar y otras “necesidades”, pero a la hora de construir las iglesias, escuelas u ofi-cinas denominacionales se pretenda ser simplista. Los habitantes de Yehud no podían invertir al mismo nivel que Salomón, pero tenían que ser generosos y dar a Dios lo mejor a su alcance (ver Consejos sobre mayor-domía cristiana, cap. 51, p. 275).
La comunidad de la restauración estaba emulando los pasos del Éxodo y Dios quería habitar entre ellos. El Santuario hebreo fue establecido por Dios mismo para “habitar” con su pueblo (Éxodo 25:8). El deseo de Yah-veh después del Éxodo era hacerles entender a los israelitas que él no estaría lejos en su Trono celestial, ni iba a permanecer en la cima de una montaña, sino que iba a habitar entre ellos. Pero en Jerusalén, el símbolo de la presencia divina, el lugar que por su arquitectura, mobiliario y festivales representaba el plan de la salvación, estaba desolado. Así demostraban que habían perdido su identidad como pueblo remanente y su misión en la Tierra.
Pero en vez de avanzar más y mejorar económicamente, al prestar atención a las necesidades “básicas” de alimento, alojamiento y agua, el pueblo estaba sufriendo necesidad. Las consecuencias de ser negligentes sobre el cuidado que debían tener del Templo fueron evidentes al hundirse la población en pobreza y miseria. “Los profetas Hageo y Zacarías fueron suscitados para hacer frente a la crisis. En sus testimonios conmovedores, esos mensajeros revelaron al pueblo la causa de sus dificultades. Declararon que la falta de prosperidad temporal se debía a que no se había dado el primer lugar a los intereses de Dios […] su prosperidad temporal y espiritual dependía de que obedeciesen fielmente a los mandamientos de Dios” (Profetas y reyes, cap. 46, p. 420).
No se trata de una forma de “evangelio de la prosperidad”, pues la bendición recibida por el pueblo no fue por la presencia de un edificio, como si se tratara de un talismán que garantizaba las bendiciones del Cielo. Lo maravilloso de esta experiencia fue que ellos obedecieron la Palabra. El regreso del remanente de Judá después de setenta años era una señal para restablecer el Santuario del Dios viviente. Al igual que poco más de medio siglo más tarde sería el momento indicado para reconstruir las murallas de Jerusalén. Después del 457 a.C., Jerusalén es restablecida y se convierte en la capital de Yehud (cf. Daniel 9:2 5). Ellos cumplieron con el propósito divino y cosecharon las bendiciones que habían sido prometidas.
El Templo fue reconstruido, y la gloria del segundo Templo fue mayor que la del primero, porque en este entraría el “Deseado de todas las gentes” (Hageo 2:9). 8 Jesús, el antitipo y verdadero cumplimento de todos los símbolos y las fiestas, entraría en ese Templo. El pueblo hebreo pudo recibir las bendiciones prometidas cuando establecieron sus prioridades de forma correcta. Hoy, la mayor necesidad del mundo sigue siendo Cristo, y la mayor misión de la iglesia es proclamar ese mensaje de salvación. 9 No debemos enfocarnos primordialmente en nuestras carreras académicas, casas, automóviles, lujos y el sostén material. Nuestra prioridad debe ser reconstruir el Templo de Dios en nuestros corazones. El énfasis de esta profecía ya no está en piedra y madera, sino en la reconstrucción de su imagen en nosotros. Pablo nos recuerda que somos “templo del Espíritu Santo” y nos invita a glorificarlo en nuestras vidas (1 Corintios 6:19, 20).

Referencias
1 Ver Abraham Maslow, Motivation and Personality (NY: Harper, 1954) y The Psychology of Science: A Reconnaissance (Chapel Hill, NC: Maurice Bassett Publishing, 2002). No se deben minimizar las contribuciones de Sigmund Freud al estudio del comportamiento humano, pero ese no es el tema de este estudio.
2 Abraham Maslow, Motivation and Personality (NY: Harper, 1954); Maslow on Manage-ment (NY: Wiley, 1998); Religions, Values and Peak Experiences (NY: Penguin Books, 1964). Por otro lado, debemos diferenciar entre lo que es prioritario para nosotros y cómo hemos de cumplir nuestra misión. Volvemos a recordar el consejo: “Suplid pri-mero las necesidades temporales de los menesterosos, aliviad sus menesteres y sufrimientos físicos, y luego hallaréis abierta la puerta del corazón, donde podréis implantar las buenas semillas de virtud y religión” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 224).
3 Ver Ephraim Stern, Archaeology of the Land of the Bible, Vol. II: The Assyrian, Babylonian, and Persian Periods (732-332 BCE) (New York: Doubleday, 2001) y “What Happened to the Cult Figurines? Israelite Religion Purified after the Exile” en Biblical Archaeology Re-view 15: 04 (2001).
4 Prefiero usar el término “judaísmo”, pero puede consultar John Berquist, Judaism in Persia’s Shadow: A Social and Historical Approach (Minneapolis: Fortress, 1995).
5 Ver Ran Zadok, “Some Issues in the History of the Israelites and Judeans in Pre-Hellenistic Mesopotamia” en Studies in the History of the Jews in Babylonia, eds. Z. Yehu-da y Y. Avishur (Israel: Babylonian Jewry Heritage Center, 2002), pp. 247-271. “The Representations of Foreigners in Neo and Late Babylonian Legal Documents (Eight through Second Centuries B.C.E.)” en Judah and the Judeans in the Neo-Babylonian Period, eds. O. Lipschitz and J. Blenkinsopp. Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2003), pp. 471-589.
6 Ver Efraín Velazquez II, “The Persian Period and the Origins of Israel: Beyond the ‘Myth’ ”, en Critical Issues in Early Israelite History (ed. Richard Hess, Gerald Klingbeil, and Paul Ray Jr.; BBRSup 3; Winona Lake, IN: Eisenbrauns, 2008).
7 Una comunidad de hebreos sobrevivió y floreció en Elefantina, Egipto, donde llega-ron a levantar un templo a Yahveh en Egipto durante el período persa.
8 Eso no quiere decir que el recinto al cual entró Jesús fuera patético o paupérrimo. El “templo de Zorobabel” fue restaurado en varias ocasiones después de los tiempos de Hageo. Una restauración mayor tuvo lugar en la época de los macabeos, después de la destructiva y blasfema ocupación de Antíoco Epífanes. Sin embargo, la restauración mayor tuvo lugar durante la época de Herodes el Grande. Herodes transformó el Templo de Jerusalén en una de las maravillas del mundo antiguo; casi lo podemos llamar el “tercer templo”. Jesús enseñó en un templo impresionante, pero la gloria de Jesús era mayor (ver El conflicto de los siglos, cap. 1, pp. 25,26).
9 Esto no significa que vamos a ser indiferentes a las necesidades físicas de quienes nos rodean. Hay que ser sensibles a la extrema pobreza y hay que velar por las personas marginadas. Debemos hacer conscientes a los cristianos de las necesidades de otros en una “era de hambre con cristianos ricos”. Ver Ronald J. Sider, Rich Christians in an Age of Hunger (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1984). El tema de las profecías de Hageo no es nuestra misión, sino las prioridades de los que profesan tener a Cristo en sus corazones.

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