Lección 5 Edición Adultos. “Maldito el día” Para el día Sábado 29 de octubre 2016

Cuarto trimestre (octubre-diciembre) de 2016

“Maldito el día”

Lección 5: Para el 29 de octubre de 201

Sábado 22 de octubre

Lee Para el Estudio de esta Semana: Job 3:1-10; Juan 11:11-14; Job 6:1-3; 7:1-11; Santiago 4:14; Job 7:17-21; Salmo 8:4-6.

Para Memorizar: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apoc. 4:11).

Al leer la historia de Job tenemos dos ventajas claras: primera, sabemos cómo termina; y segunda, conocemos el trasfondo, el conflicto cósmico que actúa detrás de la escena.

Job no sabía nada de esto. Todo lo que él sabía era que vivía tranquilo cuando, de repente, una calamidad tras otra, una tragedia tras otra, cayeron sobre él. Y luego, este hombre, “el más grande que todos los orientales” (Job 1:3), quedó reducido a lamentos y duelo sobre un montón de cenizas.

Al seguir con el estudio de Job, tratemos de ponernos en su situación, porque nos ayudará a comprender mejor la confusión, la ira y la tristeza por las que pasó. Y en un sentido, esto no es algo que nos resultará difícil de hacer. No porque hayamos experimentado justo lo mismo que Job, sino ¿quién de nosotros, nacidos en carne humana en un mundo caído, no sabe algo de la perplejidad que la tragedia y el sufrimiento producen, especialmente cuando procuramos servir a Dios con fidelidad y hacer lo que es correcto en sus ojos?

 

Domingo 23 de octubre:

Perezca el día

Imagínate que tú eres Job. Inexplicablemente, tu vida –todo eso por lo que has trabajado, todo lo que has logrado, todo aquello con lo que Dios te ha bendecido– se viene abajo. Sería algo sin sentido; no parece haber ninguna razón para ello, sea buena o sea mala.

Años atrás, un ómnibus escolar se salió del camino, y murieron muchos niños. En ese contexto, un ateo dijo que esa es la clase de cosas que puedes esperar en un mundo que no tiene sentido, ni propósito, ni dirección. Una tragedia como esa no tiene sentido, porque el mundo mismo no lo tiene.

Esta respuesta no sirve para el creyente en Dios. Y a Job, un fiel seguidor de Dios, tampoco le servía. Entonces, ¿cuál era la explicación? Job no la tenía. Lo único que poseía eran su extremo dolor y todas las preguntas del que este, inevitablemente, suele estar acompañado.

Lee Job 3:1 al 10. ¿De qué modo expresa Job su dolor? ¿De qué forma podemos identificarnos con lo que dice?

Por supuesto, la vida es un don de Dios. Existimos solo porque Dios nos creó (Hech. 17:28; Apoc. 4:11). Nuestra misma existencia es un milagro que ha dejado confundida a la ciencia moderna. En realidad, los científicos no están siquiera en total acuerdo acerca de cuál es la definición de “vida”, mucho menos cómo apareció o, aún más importante, por qué surgió.

Sin embargo, ¿quién no se ha preguntado, en momentos de desesperación, si la vida vale la pena? No estamos hablando acerca de los trágicos casos de suicidio. Más bien, ¿qué podemos decir sobre las ocasiones cuando quizá, como Job, desearíamos no haber nacido?

Un griego antiguo dijo una vez que lo mejor que le puede pasar a una persona, a parte de morirse, es nunca haber nacido. En otras palabras, la vida puede ser tan miserable que habría sido mejor ni siquiera existir, y ahorrarse así la angustia que, inevitablemente, viene con la vida humana en este mundo caído.

¿Has sentido alguna vez lo mismo que Job; es decir, desear no haber nacido? Luego, a la larga, ¿qué sucedió? Por supuesto, te sentiste mejor. Qué importante es que recordemos, entonces, aun en nuestros peores momentos, que tenemos esperanza y una perspectiva de que las cosas mejorarán.

 

Lunes 24 de octubre:

Descanso en la tumba

Lee Job 3:11 al 26. ¿Qué está diciendo Job aquí? ¿Cómo continúa su lamento? ¿Qué dice acerca de la muerte?

Solo podemos imaginar el terrible dolor que afronta el pobre Job. Por duro que debe de haber sido tener una salud deteriorada y que todas sus posesiones fueran destruidas; además, Job perdió a todos sus hijos. Todos ellos. Es muy duro imaginar el dolor de perder un hijo. Job los perdió a todos. Y ¡tenía diez! No es extraño que deseara estar muerto. Además, Job no tenía idea de lo que ocurría aquí detrás de escena, aunque eso no lo habría hecho sentir mejor si hubiese sabido.

No obstante, nota lo que Job dice acerca de la muerte. Si él hubiese muerto, entonces ¿qué? ¿El gozo del cielo? ¿El regocijo por la presencia de Dios? ¿Tocar el arpa con los ángeles? No hay nada de esa clase de teología aquí. En cambio, ¿qué dice Job? “Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría; dormiría, y entonces tendría descanso” (Job 3:13).

Lee Eclesiastés 9:5, y Juan 11:11 al 14. ¿De qué modo lo que dice Job encuadra con lo que enseña la Biblia sobre lo que ocurre después de la muerte?

Aquí, en uno de los libros más antiguos de la Biblia, tenemos lo que es, tal vez, una de las primeras expresiones de lo que llamamos “el estado de los muertos”. Todo lo que Job deseaba, en ese momento, era “descansar”. La vida, de repente, se había vuelto tan difícil, tan dura y tan dolorosa que anhelaba lo que él sabía que la muerte era: un descanso apacible en la tumba. Estaba tan triste, tan herido que, olvidándose de todos los gozos que había tenido en la vida antes de que le sobrevinieran las calamidades, deseó haber muerto aun al nacer.

Como cristianos, ciertamente, tenemos promesas maravillosas para el futuro. Al mismo tiempo, en medio de los sufrimientos presentes, ¿de qué forma podemos aprender a recordar los buenos momentos que tuvimos en el pasado, y obtener consuelo y solaz de ellos?

 

Martes 25 de octubre:

El dolor de otros

El capítulo 3 registra el primer lamento de Job. En los siguientes dos capítulos, uno de sus amigos, Elifaz, le da un discurso (volveremos a él la semana próxima). En los capítulos 6 y 7, Job sigue hablando de su sufrimiento.

“¡Oh, que pesasen justamente mi queja y mi tormento, y se alzasen igualmente en balanza! Porque pesarían ahora más que la arena del mar” (Job 6:2, 3). ¿De qué modo expresa Job su dolor aquí?

Esto nos da una idea de la manera en que percibía Job sus sufrimientos. Si todas las arenas del mar estuvieran de un lado de la balanza, y su “queja” y “tormento” del otro, sus sufrimientos pesarían mucho más que toda la arena.

Así de real era para Job su dolor; y este era el dolor únicamente de Job, y de ningún otro. A veces, escuchamos el concepto de “la suma total del sufrimiento humano”. Pero, eso no expresa realmente la verdad. No sufrimos en grupo. No sentimos el dolor de ninguno otro, sino el nuestro. Solo conocemos nuestra propia angustia. El sufrimiento de Job, por grande que fuera, no era mayor que el que cualquier otra persona pudiera sentir. Algunas personas podrían decirle a alguien: “Siento tu dolor”, pero no lo sienten; no pueden hacerlo. Todo lo que pueden sentir es su propio dolor, que puede acudir en respuesta al sufrimiento de otro. Pero eso es todo, es su propio dolor, no el de la otra persona.

Escuchamos acerca de desastres, fabricados por el hombre o de otra clase, con enorme cantidad de muertos. Los números de muertos nos aturden. Apenas podemos imaginar tal sufrimiento masivo. Sin embargo, como con Job, como con cada caso de la humanidad caída desde Adán y Eva, en el Edén, hasta el fin de este mundo, cada ser humano solo puede conocer su propio dolor, y nada más.

Por supuesto, nunca queremos menoscabar el sufrimiento humano y, como cristianos, se nos llama a procurar ayudar a aliviar el dolor cuándo y dónde podamos (ver Sant. 1:27; Mat. 25:34-40). No importa cuánto sufrimiento exista en el mundo, ¡qué agradecidos podemos estar de que ninguna persona sufre más de lo que ella puede sufrir! (Hay una sola excepción; ver la lección 12.)

Medita en la idea de que el sufrimiento humano se limita a cada persona individual. ¿De qué forma te ayuda a considerar el tema del sufrimiento humano bajo una luz algo diferente?

 

Miércoles 26 de octubre:

La lanzadera del tejedor

Imagina la siguiente conversación. Dos personas lamentan la suerte de toda la humanidad: la muerte. Es decir, no importa cuán buena sea la vida que vivió, no importa qué haya logrado, todo terminará en la tumba.

–Sí –dice Matusalén a un amigo–. Vivimos unos 800 ó 900 años, y desaparecemos. ¿Qué son 800 ó 900 años comparados con la eternidad? (Ver Gén. 5).

Seguramente, es difícil para nosotros imaginarnos cómo sería vivir centenares de años (Matusalén tenía 187 años cuando nació su hijo Lamec, y después de eso vivió todavía 782 años más); no obstante, aun los antediluvianos, afrontando la realidad de la muerte, deben de haber lamentado lo que pudo parecerles a ellos la brevedad de la vida.

Lee Job 7:1 al 11. ¿Cuál es la queja de Job? Ver también Sal. 39:5, 11; Sant. 4:14.

Acabamos de ver a Job procurando encontrar el descanso y alivio que vendría con la muerte. Ahora, se lamenta de lo rápido que pasa la vida. Está diciendo, básicamente, que la vida es dura, que llena de trabajo y dolor; y ¿luego?, morimos. Aquí hay un acertijo que afrontamos a menudo: lamentamos qué rápida y fugaz es la vida, aun cuando esta puede ser triste y miserable.

Una mujer adventista escribió un artículo acerca de su lucha con la depresión y con pensamientos suicidas. Entre otras cosas, dijo: “La peor parte es que soy adventista, y llevo un estilo de vida que me ayuda a vivir ‘seis años más’ ”. Eso no tenía sentido. En momentos de dolor y sufrimiento, hay muchas que cosas que no tienen sentido. A veces, en medio de nuestra angustia, la razón y la racionalidad se descarrían, y todo lo que sabemos es nuestro dolor y temor, y no vemos esperanza. Aun Job, quien realmente sabía más que otros (Job 19:25), clamó en su desesperación y desesperanza: “Mi vida es un soplo, y que mis ojos no volverán a ver el bien” (Job 7:7). Job, a quien la perspectiva de la muerte parecía ahora muy cercana, todavía lamentaba cuán breve era la existencia, más allá de lo miserable haya sido en ese momento.

¿De qué manera debería tu comprensión de la Caída, la muerte, y la promesa de la resurrección ayudarte a poner en perspectiva todo el tema de cuán rápido se pasa la vida?

 

Jueves 27 de octubre:

¿MAH ENOSH? (¿Qué es el hombre?)

Debemos ponernos otra vez en la situación de Job. ¿Por qué Dios me hace todo esto, o por qué permite que me pase a mí? Job no ha visto el panorama completo. ¿Cómo podría verlo? Él solo sabe lo que le ocurre a él y su alrededor, y no entiende nada.

¿Quién no ha estado en una situación similar?

Lee Job 7:17 al 21. ¿Qué expresa Job aquí? ¿Qué preguntas hace? Considerando su situación, ¿por qué sus preguntas tienen lógica?

Algunos eruditos han alegado que Job estaba ridiculizando Salmos 8:4 al 6, que dice: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies” (ver también Sal. 144:3, 4). Pero ese no es el caso, porque el libro de Job fue escrito mucho antes que los salmos. (Quizás, el salmista lo escribió como respuesta al lamento de Job.)

La pregunta “¿Mah enosh?” (¿Qué es el hombre?) es una de las más importantes que podamos plantear. ¿Quiénes somos nosotros? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el significado y el propósito de nuestras vidas? Aquí Job, que creyó que Dios lo “eligió como blanco”, se pregunta por qué Dios se fija en él. Dios es tan grande, su creación tan vasta; ¿por qué se ocuparía de Job, después de todo? ¿Por qué Dios se fijaría de cualquiera de nosotros?

Lee Juan 3:16 y 1 Juan 3:1. ¿Cómo nos ayudan estos textos a entender por qué Dios interactúa con la humanidad?

“Mientras Juan contemplaba la altura, la profundidad y la amplitud del amor del Padre hacia nuestra raza feneciente, se llenó de admiración y reverencia. No pudo encontrar las palabras adecuadas para expresar ese amor, sino que pide al mundo que lo contemple: ‘Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios’ (1 Juan 3:1). ¡Qué valor se le concede al hombre! Por la transgresión, los hijos de los hombres quedaron sujetos a Satanás pero, por el infinito sacrificio de Cristo y la fe en su nombre, los hijos de Adán son hechos hijos de Dios. Al asumir la naturaleza humana, Cristo elevó a la humanidad” (TI4:556).

 

Viernes 28 de octubre

Para Estudiar y Meditar:

“En una era sin precedentes, iluminada por la ciencia y la razón, las ‘buenas nuevas’ del cristianismo han llegado a ser una estructura metafísica menos y menos convincente, un fundamento menos seguro sobre el cual edificar la vida de uno, y menos necesaria psicológicamente. La absoluta improbabilidad de todos los eventos estaba llegando a ser dolorosamente obvia: que un Dios infinito y eterno, de repente, se haya convertido en un ser humano particular, en un momento y lugar específicos, solo para ser ejecutado ignominiosamente. Que una breve vida ocurrida hace dos milenios, en una oscura nación, sobre un planeta que ahora se sabe que es un trozo insignificante de materia que gira alrededor de una estrella entre miles de millones en un universo inconcebiblemente vasto e impersonal, que tal evento tuviera un sentido cósmico o eterno abrumador, ya no podía ser una creencia compulsiva para un hombre razonable. No era muy plausible que el universo como un todo tuviera algún interés especial en esta diminuta parte de su inmensidad, si es que tiene algún ‘interés’. Bajo las luces de la demanda moderna de corroboración pública, empírica y científica de todas las declaraciones de creencia, la esencia del cristianismo se marchitó”.–Richard Tarnas, Passion of the Western Mind, p. 305. ¿Cuál es el problema con este pensamiento? ¿Qué se le escapa al autor? ¿Qué nos enseña esta cita sobre los límites de lo que “la ciencia y la razón” pueden saber de la realidad de Dios y de su amor por nosotros? ¿Qué nos muestra acerca de la necesidad de la verdad revelada, que la “ciencia y la razón” humanas no pueden alcanzar por sí mismas?

Preguntas para Dialogar:

  1. Como cristiano, ¿de qué manera responderías a la pregunta “¿Qué es el hombre?” ¿En qué aspectos tu respuesta sería diferente de la de aquellos que no creen en Dios?
  2. “Cuán ciertamente los muertos están más allá de la muerte”, escribió Cormac McCarthy. “La muerte es lo que llevan consigo los vivos”. ¿Por qué nuestra comprensión de lo que sucede después de la muerte nos consuela con respecto a nuestros amados muertos? ¿No obtenemos algún consuelo, sabiendo que están en paz, y descansan libres de las penurias de la vida?
  3. ¿Por qué crees que, aun en las situaciones más miserables, la mayor parte de la gente se aferra a la vida, no importa cuán mala parezca ser?
  4. Analiza lo que nos enseña la Cruz acerca del valor de la humanidad, aun de una sola vida.
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Radio Adventista
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